El Agente de la Interpol

El padre de mi mejor amigo, durante el bachillerato, era ferretero, pero a su hijo le parecía poca cosa y un día, en secreto, me dijo que la ferretería era una tapadera.

-En realidad -añadió-, es agente de la Interpol.

Yo me asomaba a veces al establecimiento y siempre lo veía allí, contando tuercas y tornillos, o despachando bombillas, y me preguntaba de dónde sacaba el hombre tiempo para interpolar, aunque quizá lo hacía los domingos, durante los cuales, en aquella época al menos, sólo trabajaban los espías.

Pasado el tiempo, ya de adultos, mi amigo y yo estábamos comiendo un día juntos, cuando le recordé aquella mentira adolescente. Al principio nos reímos mucho, pero luego él se puso serio y me confesó que aquel padre irreal, el agente de la Interpol, había sido más importante en su vida que el verdadero.

-¿Qué quieres decir? -pregunté.

-Exactamente lo que oyes. Ya sé que mi padre, objetivamente hablando, no fue más que un humilde tendero de barrio, pero ese padre apenas ha influido en mi educación. El que de verdad me hizo fue el imaginario. Él me dio los mejores consejos y orientó mi vida de tal modo que sin su existencia yo habría sido diferente. No sé si mejor o peor, pero diferente.

Me gustó aquella confesión, pues siempre he mantenido que las cosas irreales han determinado nuestras vidas mucho más que las reales. Mi amigo era un ejemplo vivo. Le animé a que continuara hablando de la relación real con un ser inexistente y mi amigo me contó que aquel...

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