Agustín Basave Benítez/ Consenso para el disenso

AutorAgustín Basave Benítez

La frontera entre lo particular y lo universal es harto nómada. La línea que divide el afán de distinción y el instinto gregario, o la que ya racionalizada separa el derecho a la singularidad del deber de la uniformidad, suele trazarse sobre las arenas movedizas de la historia de las ideas. Y si esto vale para los individuos vale aun más para las naciones, sobre las cuales han pesado a lo largo del tiempo designios veleidosos. La intelligentsia de cada época deja en este terreno improntas corredizas que pronto mueven quienes integran la de la siguiente. No podría ser de otra manera: entre la proyección de un pensador ensimismado y la de uno de personalidad expansiva hay todo menos sosiego, como todo menos quietud hay entre la necesidad de los débiles de reclamar su autonomía y la tendencia de los poderosos a imponer la vara propia para medir a los demás. Y es ese oleaje el que provocó en el ámbito internacional, por ejemplo, virajes tan drásticos como el de las tesis del progreso unilineal a la del particularismo histórico, y el de ésta a la globalidad.

Hemos vuelto, pues, a la obsesión de universalizar paradigmas. Yo creo que el inefable extremismo del hombre está llevando el péndulo a los excesos de la estandarización absoluta, y que eso está matando la de por sí esclerotizada vena creativa de quienes vivimos en la orilla tradicionalmente imitadora; y es que, con el perdón de los globalófilos, sigo pensando que sólo quienes construyen su propia cima de grandeza pueden aspirar a escalarla. Con todo, no tengo problema con la globalización de los valores del liberalismo político. Más aun, me congratulo de ella y juzgo válidos sus parámetros para medir el avance de nuestra democracia y, sobre todo, para atisbar la meta de nuestra dilatada transición.

Ahora bien, según esos cánones liberales, ¿cuál es la característica de lo que se ha dado en llamar normalidad democrática? ¿Qué distingue a las sociedades políticas primermundistas de la nuestra? Vamos, en términos de democracia, ¿qué tienen ellos que todavía no tengamos nosotros? La respuesta se encierra en cuatro palabras: acuerdo en lo fundamental. Sí, por supuesto, tienen un Estado de Derecho y una cultura política democrática mucho más consolidados que los nuestros, pero eso es precisamente lo que significa su acuerdo: que si bien discrepan en torno a muchas cosas, coinciden en lo que deben hacer cuando no coinciden. Es decir, han sido capaces de establecer un conjunto de normas básicas de...

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