Alma Delia Murillo / El mes más cruel

AutorAlma Delia Murillo

El tiempo transcurre interiormente de forma misteriosa, podemos contar los días en el calendario y cronometrar cada segundo de nuestra jornada, pero lo que ocurre dentro de la psique ignora esos conteos y sigue un reloj desconocido. Abril es el mes más cruel: engendra lilas de la tierra muerta, mezcla recuerdos y anhelos, dice T.S. Eliot en esos deslumbrantes versos que yo encuentro más abriles y más crueles que nunca. Debe ser que tengo síndrome de aniversario, que hace precisamente un año comprendimos que no nos veríamos después de Semana Santa.

En días recientes, parada frente al clóset, me descubrí sintiendo algo que jamás creí que sentiría: nostalgia por la ropa y los zapatos. Esos vestidos y suéteres que llevan un año inanimados, colgados en el gancho, deshabitados de mi cuerpo que ha dejado de ser cuerpo presente en las interacciones personales y que ahora ocurren a través del recuadro de una pantalla. Durante mucho tiempo creí que el interés en la ropa era una frivolidad y con los años aprendí que es exactamente lo contrario. Hoy más que nunca confirmo que vestirnos es un acto de comunión con el cuerpo, que las prendas que elegimos son una extensión de la piel, que los colores y las formas con las que nos ataviamos para salir a la calle y mostrarnos al mundo son un componente visible y claro de la identidad.

Perdimos esa afirmación cuando la pandemia nos obligó a realizar todas las actividades en la casa, con salidas mínimas para menesteres esenciales que lo mismo podemos atender en pijama que en shorts o con el pantalón más desvencijado del armario.

Y debajo de la ropa está el cuerpo, que a estas alturas va cobrando facturas porque lo sacamos del espacio público. Mi hermana tiene un temblor raro en la mano derecha, a mí una dermatitis nerviosa me ha marcado la espalda y los brazos, cuántas personas han registrado aumento de peso durante el último año, cuántos batallan con insom- nios, caída de cabello, dolores de espalda, hormigueo en las manos.

Hace más o menos un año que la SEP anunciaba la suspensión de clases por treinta días (no puedo imaginar el burnout de los niños y jóvenes estudiantes) y todavía creíamos que la cuarentena sería realmente un periodo de cuarenta días; hace más o menos un año que veíamos puntualmente la novela de las 7, que seguíamos los números de contagio con precaución pero sin terror, que tratábamos de encajar en el cuerpo la novedad...

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