Andar y Ver / Sobre la ira

AutorJesús Silva-Herzog Márquez

La ira está en el aire. A pesar de lo que quisiera la canción de Abba, no es el amor lo que flota en el cielo, por lo menos no en el cielo (por llamarlo de alguna manera) de la Ciudad de México. ¿Cómo podría serlo? Horas perdidas en una jaula, vidas derretidas sobre baches rondados por pavimento, agresión desde la primera luz, hocicos por las ventanas de los coches, necedades sin fin por el radio y el periódico. Ciudad con las tripas de fuera. Las calles de esta inmensa fealdad, una selva sin la elegancia de los jaguares. La ciudad de la esperanza.

Para acompañar las felices horas que pasamos envueltos entre el humo, los fierros y el asfalto podría servirnos el librito que Robert Thurman acaba de publicar sobre la ira (Anger, Oxford University Press, 2004). Una de las grandes ventajas del inmundo tráfico del Distrito Federal es que ha reconciliado finalmente la lectura con el automovilismo. Se trata de la nueva entrega de la serie de la Universidad de Oxford y la Biblioteca de Nueva York para repensar los siete pecados capitales. Siete ensayos sobre los vicios condenados por el papa Gregorio Magno hace 15 siglos. El texto de Thurman se pasea entre la filosofía de Oriente y Occidente para explorar una de las emociones más naturales y quizá más destructivas del hombre: la ira.

Thurman, el primer monje tibetano de origen occidental, es profesor de estudios budistas en la Universidad de Columbia. Hace unos años, el también fundador de la Casa Tibet de Nueva York fue considerado por Time como uno de los hombres más influyentes en los Estados Unidos, el exponente más lúcido del budismo tibetano. En este ejercicio para elucidar la idea de la ira, Thurman regresa a la tradición occidental, lee la Biblia, a San Agustín y a Séneca para retomar después las enseñanzas tibetanas.

En la tradición religiosa de Occidente, sostiene, no suele considerarse que la ira sea un problema muy serio. No hay personaje más iracundo en la galería del Antiguo Testamento que Dios. Dios se enoja todo el tiempo y castiga todo el tiempo. Desde este fundamento, la ira es vista como una tormenta psíquica, un privilegio de las autoridades, una expresión de masculinidad. Existe la idea de que hay buenas formas de la ira: la ira contra la injusticia y el crimen.

Cualquiera que haya sido educado bajo esta imagen de la divinidad, dice Thurman, sentirá que no hay nada realmente grave cuando su cuerpo empieza a ser poseído por la ira. Más aún, el secularismo occidental...

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