Aprendiendo a vivir

AutorGuadalupe Loaeza

Querida lectora:

Algo me dice que ni tú ni yo somos las mismas que hace 10 años. Tengo la impresión de que hemos cambiado y mucho. Claro, porque ¡estamos más viejas!, tal vez pienses en medio de un suspiro de resignación. Te equivocas: una cosa es verse un poco más mayorcita y otra es sentirse una mujer ya mayor, y esa actitud ya quedó atrás. Sí, ya sé que una década es una eternidad, un chingo de años, diría cualquier integrante del Big Brother. Es cierto que evocar el año de 1993 es remontarse al siglo pasado y a tiempos cuyos recuerdos nos parecen remotísimos. Sin embargo, no está por demás hacer un pequeño balance de ese lapso. ¿Qué nos ha sucedido a ti y a mí? ¿En qué hemos cambiado? ¿Sabes en qué?

En que hemos aprendido a vivir, ese duro deseo de durar, de no sucumbir; en otras palabras, no nada más hemos aprendido a tomar el toro por los cuernos, sino que ahora lo vemos derechito a los ojos. No nos da miedo. Si hay que torearlo, lo hacemos con garbo y valentía. ¿Sabes cómo nos sentimos ahora respecto a hace 10 años? Vivas. Mucho más vivas que antes.

Estamos más despiertas, como que tenemos los ojos más abiertos y menos lagañosos. Mientras más pasa el tiempo, cada vez más necesitamos más horas para que nos alcance el día. Tenemos tantas cosas que hacer, tantos pendientes que resolver, tanto que leer, tanto que comprender y tanto que vivir todavía. Aunque muchas de nosotras ya pasamos de los 50, hay días que nos sentimos como de 20 años. Cuando algo nos parece injusto, nos indignamos como si tuviéramos 18 y, cuando estamos contentas, vibramos como solíamos hacerlo de adolescentes. Eso se llama vi-ta-li-dad. Vitalidad femenina. De ella te quiero hablar en esta ocasión.

Hace unos años, hablando con la escritora francesa Francoise Giroud, me comentó algo que me dejó muy pensativa: "Ahora la mujer ya se da permiso de ser feliz". De inmediato le pregunté qué era lo que se lo había impedido. "La culpa", me contestó con una sonrisa en los labios. "¿Qué tipo de culpa?". "Esa que llevamos a cuestas las mujeres desde hace siglos. La misma que heredamos de nuestras bisabuelas, abuelas y madres.

Actualmente, la mujer se ha desembarazado de todas ellas: si es casada y no es feliz, ahora se divorcia. Si está en un trabajo que no la estimula, renuncia. Si padece de algún acoso sexual, lo denuncia. Si no desea tener el hijo que lleva en su vientre, aborta. En otras palabras, ahora que se ha descubierto mucho más capaz, se quiere y se respeta, por lo consiguiente sabe que si se lo propone puede ser feliz, sobre todo si pone en práctica toda su vitalidad".

Tengo la impresión que lo que hemos hecho, precisamente tú y yo a lo largo de estos 10 años, es poner en práctica nuestra vitalidad. No es que antes no la asumiéramos, sino que no la encauzábamos. Corríamos de un lado a otro, pero sin ningún objetivo.

Perdíamos el tiempo, a veces hasta lo matábamos por no saber qué hacer con él. Pero ahora lo atesoramos, porque sabemos que sin él nuestras metas se desvanecen. ¿Verdad que ya no te basta con ser nada más buena esposa, madre y abuelita?, ¿que ya no le tienes tanto miedo a la soledad?, ¿que ya no quieres reconocerte solamente a través de la mirada de tu pareja?, ¿que ya no estás dispuesta a conjugar el verbo...

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