ARGONÁUTICA / El aburrimiento

AutorJordi Soler

En estos tiempos que corren, con la cantidad de instrumental electrónico que hay en las casas, aburrirse no sólo es difícil, también está mal visto. Quién se aburre es porque no tiene tele, ni reproductora de DVD, ni PSP, por no hablar ni del Nintendo, ni de la Wii, ni de la computadora.

De los libros, que es el instrumental al que recurro cuando estoy a punto de aburrirme, mejor ni hablar; no se enchufan y esto les resta popularidad. Los padres y las madres viven buscando actividades para sus hijos, una clase de algo, ir a casa de alguien, vale casi cualquier cosa que los tenga entretenidos y que los aleje de ese estar sin hacer nada, que hoy está tan mal visto.

Pero estar sin hacer nada es, con frecuencia, la condición para inventarse algo, una conversación, el bosquejo de un edificio o el borrador de un libro. No se qué hubiera sido de Mark Twain, o de Graham Green, si hubieran tenido a la mano una PSP, o una Wii; probablemente no hubiera pasado nada, no nos hubiéramos quedado sin ese capítulo que, quizá, nos robó el whisky, o el poker, o una amante, o cualquiera de esas actividades, sin enchufe, que se hacían antaño para no aburrirse. Yo cuando era niño me aburría como una ostra, ¿cómo una ostra?, ¿y quién puede asegurarnos que las ostras no tienen una excitante vida interior? El asunto está justamente ahí, en la vida interior que difícilmente puede manifestarse entre tanto aparato de vida exterior que hay que enchufar. Cuando uno de mis hijos me dice que está aburrido, me dan ganas de felicitarle, porque estar aburrido es también estar a las puertas de algo, de un descubrimiento; la inmovilidad permite al aburrido ver pasar la vida con suma atención y sacar conclusiones a las que los divertidos, por estar tan ocupados divirtiéndose, no llegarían nunca. No solamente felicito a mis hijos cuando se...

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