Argonáutica / La huelga

AutorJordi Soler

La famosa huelga francesa de trenes, esa que estalló el miércoles de la semana pasada a las ocho en punto de la noche, me estalló a mí, no diré que en la cara porque sería exagerado e impropio, pero sí a medio viaje, cuando me bajaba de un tren que venía de Besançon y abordaba, en la estación de Lyon, uno que iba a Marsella, y que salía a las 7:45, o sea quince minutos antes de que toda Francia quedara sin trenes.

No tenía más remedio que subirme al tren porque debía dar una charla en Marsella al día siguiente, y previendo el desastre que se avecinaba, compré entre la llegada de un tren y la salida del otro, lo que consideré un kit básico de supervivencia en la estepa francesa, es decir, una bolsa del súper con cosas que en ese momento de alta perturbación e incontrolable desasosiego, podían serme útiles en el caso, nada remoto, de que el tren suspendiera su marcha a las ocho en punto, la hora fijada por el líder sindical para la huelga, justamente cuando fuéramos cruzando por uno de los viñedos que hay entre Lyon y Marsella, quizá en el valle de Rhon, según calculé mirando obsesivamente un mapa.

Mi kit de supervivencia constaba de una botella de agua, una barra de chocolate 92% cacao, un gorro de lana del Olympique de Lyon (encasquetado al revés porque mi equipo en Francia es el Olympique de Marsella), una linternita y dos botellas de vino tinto que, una vez sobrevenido el desastre, me sirvieran de linternita interior y, más que nada, de vehículo para soportar con temperamento ecuánime esa calamidad.

Pues bien, a las 7.40, cinco minutos antes de la salida, me abrí paso hasta el anden J, entre el tumulto de viajeros que se habían quedado sin tren en Lyon, sin la posibilidad de regresar a París o a Toulouse, a Biarritz o a Perpignan, y en cuanto encontré mi tren, que era el último que saldría antes del estallamiento de la huelga, vi que la gente se desbordaba por las portezuelas y, como tenía que llegar a Marsella esa misma noche, me sumé al desbordamiento y poco a poco, con muchas dificultades, logré situarme entre los vagones 7 y 8, con un pie en ese acordeón que se tuerce, que se estira y se enjuta cada vez que el tren da vuelta, y otro dentro del baño que, para esas horas, ya había ganado un sólido buqué pues ese...

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