Argonáutica / 'Fast food'

AutorJordi Soler

Cosa rara eso que llaman "fast food". Que la rapidez sea la característica principal de un platillo es tan arbitrario como un corredor de 100 metros planos que en lugar de rápido fuera muy sabroso. Este corredor debiera ser veloz antes que nada y sería deseable que la comida fuera sabrosa antes que rápida. Cuando se opta por el fast food se está expuesto a comer cualquier cosa, no importa ni su aspecto insostenible, ni su sabor indescifrable, ni su digestión insoportable, se trata de comer rápido. La velocidad antes que cualquier otra cualidad. En los 100 metros planos no importa que corras con la prestancia de un cisne; vale más ese medallista de oro que rompe records con su paso tosco de chacal. En los aviones cuenta más la velocidad que la comodidad al viajar. Ahí se conjugan dos velocidades, la de los 900 kilómetros por hora y la de la fast food con que nos alimentan las sobrecargos. Se vuela en 10 horas de México a Madrid, no importa que el pasajero llegue hecho talco. ¿A quién se le ocurrió que la velocidad tiene que ir antes que todo lo demás? Los expertos en computadoras trabajan con base en esta idea, o cuando menos eso oímos en la publicidad de sus aparatos: esta máquina es la más rápida de todas. ¿Y por eso hay que comprarla? Hay quien sostiene, y además lo cree, que llegar con gran velocidad a cierta página de Internet es muy importante, o que mandar cartas electrónicas rapidísimas es una gran ventaja; esto es cierto, sin duda, para un militar del pentágono, para un floor manager de la NASA, para un haker o para un Secretario de Gobernación; al resto de los usuarios, los que mandamos cartas a los amigos o artículos a los periódicos o informes al jefe de departamento, ¿para que necesitamos tanta velocidad? ¿Qué hacemos después con tanto tiempo libre? Supongamos que el trabajo que desarrolla en ocho horas un menesteroso hipotético, de pronto, gracias a la velocidad contemporánea de estas máquinas, se reduce a seis. Supongamos también que este menesteroso no es ni Stephen King ni Lee Iacoca, es decir, que no vive tratando que cada segundo de su vida sea muy productivo. Lo más probable es que esas dos horas que ganó el menesteroso promedio las aplique en mirar la televisión, contemplar el techo, tirarse a la bebida o al fantaseo con sus vecinas, o bien, o mejor: tirarse a sus vecinas y al fantaseo con...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR