Argonáutica / La máquina ingrata

AutorJordi Soler

José Saramago escribió la historia de la relación de un portugués con su automóvil. Un buen día el coche decide tomar el control, y su dueño, asombrado ante semejante irregularidad, decide que lo mejor será abandonar en la primera esquina esa posesión tan revoltosa.

Los autos no son cosas para abandonarse en cualquier esquina, cuestan mucho dinero y el dueño acaba encariñándose con ellos, pero la verdad es que este dueño ya no aguantaba los caprichos de su máquina. Andaba a toda velocidad por la calle y se formaba en cada gasolinera que les salía al paso, y cuando no le salía, el automóvil se las arreglaba para encontrarse una, aunque fuera la misma que acababan de abandonar hacía cinco minutos. Además de voluntarioso, aquel auto portugués era una especie de alcohólico de la gasolina. El dueño, que para el resto del mundo era quien tenía el control de la situación, no hallaba cómo explicarle al despachador de gasolina que su automóvil, cuyo tanque había sido llenado hacía cinco minutos ahí mismo, necesitaba reponer los 350 mililitros que ya se había gastado en la última vuelta. El dueño, harto, decide que se bajará del automóvil, que lo dejará en una esquina, tirado como si fuera cualquier cosa, para que el auto haga lo que le plazca, quedarse ahí o irse otra vez de copas a la siguiente gasolinera. Cuando llega a la esquina propicia, intenta bajarse pero no puede, el automóvil lo ha hecho su prisionero. La historia de este automóvil voluntarioso sigue por calles y carreteras hasta que sobreviene el final. Todo un escarmiento para los que quieren excesivamente a su automóvil. Demasiado amor acaba estropeando a las máquinas y a las personas. Como ese amor desmesurado que sienten por sí mismos el medio millón de fumadores estropeados, que acaba de ser indemnizado, gracias al dictamen de un juez de Miami, por cinco empresas tabacaleras. Las indemnizaciones suman 145 mil millones de dólares. Ahora resulta que la culpa de la adicción al tabaco que tiene una persona es de la compañía tabacalera que le vendió todos esos cigarros que él, armado de voluntad y dinero, quiso comprar y fumarse. "Me quiero tanto que es imposible que este cáncer que tengo en los pulmones me lo haya provocado yo mismo".

En este río revuelto donde las ganancias han sido para los fumadores, no estaría de más que los bebedores que se han enfermado del hígado o del estómago, acudan a los tribunales...

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