El arte de hacer la barba

AutorSamuel Adam

Foto: Roberto Antillón

Al comenzar el siglo XX, el filósofo matemático Bertrand Russell utilizaba una paradoja para cuestionar la contradicción de una teoría de conjuntos.

En un antiguo emirato, a falta de barberos, el emir ordenó que quienes se dedicaban a la barbería sólo afeitaran a aquellas personas que no pudieran arreglarse la barba por sí mismas. Pero su barbero particular, único en el pueblo, cuestionó la medida: "En mi pueblo soy el único barbero. No puedo afeitar al barbero de mi pueblo, que soy yo, ya que si lo hago, entonces puedo afeitarme por mí mismo, por lo tanto ¡no debería afeitarme! Pero, si por el contrario no me afeito, entonces algún barbero debería afeitarme, ¡pero yo soy el único barbero de allí!".

Un siglo después, Arturo Carreón, un barbero de la Ciudad de México con 40 años de experiencia, formula su propia paradoja, que no cambiará las leyes de las matemáticas pero sí cuestiona una profesión en auge en la Ciudad de México y en el mundo. Al igual que Russell, problematiza la falta de barberos: "Las barberías ya no existen. Aunque cada vez haya un auge mayor por las barberías, los barberos cada vez somos menos. Las personas se ponían a disposición de un artista para que les diera más personalidad. Ahora, las personas te piden el corte de un futbolista, del actor de moda; piensan más en las cremas que les puedan poner, que en la calidad que pueden recibir".

Defensor de la barbería por tradición, rapado y de barba rasa, Carreón deja ver sus tatuajes en los brazos y su arracada en la oreja, y espera en una local de la Roma a quien quiera arreglarse con él la barba o el cabello, sin importar que el cliente confíe en su navaja y se deje atender sin preguntar, o pida un corte de futbolista.

Aceita y afila su kit de tijeras que le patrocina una marca prestigiada de productos especializados para un barbero. Entre éstas, resaltan unas tijeras que heredó de su abuelo, ebanista laudero de profesión que aprendió de barberías por no descuidar el negocio que había montado y cuyo barbero se perdía en el alcohol por días.

Entonces, a diferencia de hoy, el bigote era lo más usado entre los mexicanos, luego de una reciente revolución donde tres bigotones, Zapata, Villa y Madero, terminaron la herencia de otro bigotón, Porfirio Díaz.

A uno de los barberos del Centauro del Norte se le ocurrió, en medio de la Revolución, hacerle ver lo importante que era entonces el oficio y lo poderosa que podía ser una navaja libre en el cuello de cualquier cliente.

"General, su vida está en mis manos", le dijo a Villa, antes de retirarle el vello del mentón, lo que le costó la vida al finalizar el corte, cuando el revolucionario ordenó su fusilamiento.

La historia de la barba está marcada por la guerra, no sólo por las navajas al cuello.

En Mesoamérica, los cuchillos elaborados con la roca volcánica de obsidiana funcionaban lo mismo para librar batallas que para retirar el bello facial que, antes de la conquista y el mestizaje con los españoles, no era tan pronunciado. La clase gobernante era más bien lampiña.

Las barbas de la antigua Grecia, sinónimo de virilidad, desaparecieron con Alejandro Magno, quien ordenó a sus soldados mantenerse rasurados después de batallas contra los Persas...

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