Artemio Cruz en el Diván

AutorNéstor A. Braunstein

Somos lo que recordamos; somos lo que olvidamos; somos lo que reprimimos, lo que no queremos saber de nosotros mismos. Si tuviésemos la memoria de Sócrates seríamos Sócrates (John Locke, 1691). Si tuviésemos la memoria de Shakespeare seríamos Shakespeare, según un cuento de Borges que se sueña como el poseedor de ese "bien" que acaba maldiciendo. En cambio, los recuerdos del triste personaje de una historia quedan limitados a lo que un inventor de ficciones se dignó a escribir de él. Héroes de papel son también los hombres que salen de la investigación o la imaginación de los biógrafos: ellos son ficciones anémicas surgidas de los documentos y los archivos. Por vivaz que sea el retrato que se nos entrega, el personaje del libro tiene una existencia de tinta y papel, no la de carne y hueso o la de huesos sin carne depositados en algún cementerio. Y no es que la historia que nos hacemos de nuestras vidas a partir del ensamble de recuerdos sea "verdadera" mientras que la de los novelistas sea "ficticia". No, cada uno de nosotros vive en la ficción que se hace: escribir la historia de alguien no es refrendar esa novela sino descomponerla y mostrar sus costuras y afeites. Así debiera suceder también en las autobiografías, ese subgénero de la literatura que es particularmente mentiroso, porque se presenta como "no-ficción".

El tema ha dado para mucho y fue tratado con agudeza desde la Poética de Aristóteles en adelante. Ahora queremos tan sólo aplicar nuestras reflexiones a la memoria de uno de los caracteres memorables de nuestra literatura: el agonizante anciano creado por Carlos Fuentes, Artemio Cruz, ejemplo y arquetipo del miembro de la familia revolucionaria surgida de ese movimiento que pretendió cambiar la historia de México y que acabó por devolverla al punto de partida, a un porfiriato que nunca se acaba. La novela de Fuentes, crónica de una muerte anunciada desde el título, es la biografía y el relato de la agonía de un hijo de la chingada, dicho esto en los sentidos literal y alegórico de la palabra. En su lecho de muerte, desgarrado por el dolor, sin que ni él ni los médicos que lo atienden sepan cuál es su enfermedad, Artemio Cruz, "yo", participa al lector de la confusión de sus sensaciones y del mundo que le rodea. En esas horas sólo hay un tiempo: el presente. El pasado y el futuro están anulados aunque van apareciendo nombres y figuras que luego se instalarán en una narración cuando el autor, Carlos Fuentes, dirigiéndose a su...

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