Asesinos sin castigo

AutorJohn Carlin

En medio de las celebraciones por el arresto de Slobodan Milosevic y el malestar causado por las imágenes televisivas de las ovejas sacrificadas en Europa, el mundo se ha olvidado de exigir la detención de los criminales de guerra responsables de los actos más brutales contra la humanidad desde la época nazi.

Hace siete pascuas exactamente, el genocidio de Ruanda estaba en pleno desarrollo. Durante un periodo de 100 días, que culminó a mediados de julio de 1994, la gente murió descuartizada a golpes de machete, a un ritmo de 333 personas por hora. De los 800 mil que murieron en la exterminación más rápida y mejor organizada de seres humanos jamás conocida -la gran mayoría de ellos, personas que simplemente habían nacido en la tribu de los tutsi-, 300 mil eran niños.

En la diminuta nación de Africa central ésta es la época del año en la que sufren especialmente las viudas, los huérfanos y los cientos de miles que acuden a las tumbas con las imágenes del horror grabadas en la mente.

No obstante, Félicien Kabuga, el Goebbels de Ruanda, sigue en libertad. Igual que Tharcisse Renzaho, cuyo equivalente nazi sería el kommandant del campo en Auschwitz. Y el General Augustin Bizimungu, jefe del Estado Mayor del Ejército exterminador de Ruanda, una versión menos compasiva de otro General mucho más famoso -y perseguido con mayor urgencia-, el serbio Ratko Mladic.

No hay nadie en el mundo que tenga las manos más manchadas de sangre que ellos y, sin embargo, no son nombres con los que la gente esté familiarizada fuera de Ruanda. En el resto de Africa, Mladic, Milosevic e incluso Pinochet son más conocidos. A pesar de que el Domingo de Resurrección de 1994 en Ruanda murieron asesinadas más personas que en los 17 años del mandato de Pinochet.

El Gobierno ruandés, que ambiciosamente se denomina de reconciliación, sigue presionando hoy para que se detenga no sólo a Kabuga, Renzaho y Bizimungu, sino a cientos más considerados criminales "de primera categoría": los estrategas hutus que, desde las instancias nacionales hasta los pueblos, concibieron el plan para eliminar a la población tutsi de la faz de la Tierra.

De los que empuñaron en la práctica los machetes, el Gobierno ruandés ha encarcelado a 120 mil. Un número relativamente pequeño en una nación en la que varios millones compartieron esa responsabilidad, pero demasiados para los sobrecargados recursos de los sistemas carcelario y legal.

Los presos viven en condiciones espantosas, pero viven. El...

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