Aventura salvaje y sofisticada

AutorDavid Sendra

El sofocante y húmedo calor de Manaus es la antesala de lo que depara la selva amazónica. La ciudad se extiende acompañando un trecho del Río Negro, casi abocada a él, y salir de la habitación, abandonando la protección del aire acondicionado significa que hay que enfrentarse valientemente al sol que aquí reina sin piedad.

Más que una ciudad, Manaus es varias, bien diferenciadas todas: Ponta Negra, zona turística y de encuentro para los habitantes de la ciudad; el centro, rodeando el puerto, para aquellos que buscan ajetreo y artesanías; y el área que rodea la Ópera de Amazonas, por ejemplo.

Antes de adentrarse en la aventura selvática, Manaus merece una intensa visita, aunque sea corta. Si se tiene ocasión, hay que admirar una obra en su Ópera, que no tiene nada que envidiar en arquitectura y diseño a los grandes recintos operísticos de Europa.

Al construirla se trajo lo mejor de cada rincón del mundo: mármol de Carrara, cristal de Murano... y Manaus es, además, puerta de entrada al Amazonas. El inicio de un viaje que lleva a la selva, al encuentro con toda su riqueza vegetal y animal.

Esta es una travesía para relajarse, disfrutar y caer rendido a la noche, agotado por el calor y las múltiples actividades.

Internarse en la selva

Una hora y media en lancha rápida de Manaus, y otros 20 minutos en canoa nos llevan a la primera parada después de Manaus: el Ariaú Amazon Towers, un peculiar hotel que se abrió paso entre la copa de los árboles.

Ya tener que subir a la canoa desde la plataforma flotante en mitad del ancho río es de por sí una aventura para muchos.

Los "botos rosa", a menudo mal llamados "delfines rosa" (son de la familia de las ballenas), acompañan la navegación.

Llegamos al puerto del hotel navegando el río Ariaú, repleto de pirañas y jacarés (caimanes), y de allí subiendo una empinada y caótica escalera de madera.

Eso es el Ariaú, un hotel de madera, ocho kilómetros de pasarelas a varios metros del suelo, rodeado de selva, donde los animales andan a sus anchas.

Hay que cuidarse, por ejemplo, de los macacos del cherio, encantadores y siempre dispuestos a robar lo que se pierda un segundo de vista.

El hotel fue construido en un sistema de palafitos en el nivel de las copas de los árboles, uniendo los diferentes complejos por medio de una pasarela. Tras su arquitectura singular se esconde un lugar apacible, tranquilo para relajarse, disfrutar de la naturaleza y conocer gente (el sistema de comidas sitúa a los comensales en mesas...

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