Aventuras en la costa azul

AutorPau Verdura I Martos

El despertador suena a las 7:30 horas, la cabeza me zumba y me duele todo el cuerpo. Trato de levantarme pero me fallan las rodillas. Me quedo sentado un buen rato en la cama, buscando el valor para enfrentarme a un día como el anterior.

Ayer fui humillado por toda la cocina, empujado violentamente por mi nuevo jefe Denis, ignorado por Imma, mi compañera de escuela y además pelé y rebané cerca de 50 kilos de cebollas con un cuchillo que no corta. Vivo en el recibidor de una casa que tiene 88 escalones para alcanzar la entrada y un solo baño para todos.

Con movimientos de anciano agarro una filipina limpia y me dirijo al baño. Frente a él hay unas siete personas formadas con la toalla sobre los hombros, nadie me saluda. No se qué hora es, pero definitivamente no me va a dar tiempo de bañarme. Regreso al recibidor que es mi habitación y me acuerdo de la bella Imma. ¿Qué habrá sido de ella? No hay ningún rastro, mejor.

En la casa que tiene 88 escalones cada habitante se compra su comida, se la prepara y se la come. Así pues, sin probar bocado, sin haber pasado por el baño y apestando a cebolla, sudor y carne cruda macerada toda la noche, me subo a mi coche y me dirijo al exclusivo Château de la Chévré d'Or, qué pena.

Al llegar todos están en sus puestos. El ruido de cazuelas intensifica mi dolor de cabeza, las cajas de pescado van de un lado al otro. Los cocineros corren literalmente por todo el lugar, uno con sartenes, otro con acelgas, otro con rodaballos. ¿Habré llegado tarde? Veo mi reloj: las 8:30, justo a tiempo.

Me dirijo a mi lugar y el stagiaire belga me dice que llegar tarde es gravísimo y que Denis, el jefe de partida gordo, me espera en la cámara para echarme bronca. Pensando en mil excusas entro en la habitación refrigerada pero no hay nadie. La puerta se cierra tras de mí. Al intentar salir ésta no cede. Estoy atrapado. Con desesperación intento forzarla, pido ayuda gritando, primero flojito y luego cada vez más fuerte. Nada. Aprovecho para comerme un pedazo de queso St. Maure, el hambre me está matando.

Tras varios minutos intentando liberarme de ese encierro decido golpear la puerta de salida con el hombro, cada golpe más intenso que el anterior. El frío me empieza a molestar y, peor, me recuerda que debo ir al baño con urgencia. Tomo carrerilla y me aviento contra la puerta justo cuando ésta se abre y me avalanzo con todo el peso de mi cuerpo contra una pila de betabeles que se desparraman por todo el suelo. Las risas y...

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