Brevísima relectura de Carlos Pellicer

AutorChristopher Domínguez Michael

De Carlos Pellicer (1897-1977), una de las cimas de la literatura mexicana, suele decirse que lo mejor de su obra se escribió entre 1915 y 1936, durante su larga juventud: Colores en el mar y otros poemas, Piedra de sacrificios; Seis, siete poemas, Oda de junio, Esquemas para una oda tropical y Hora de junio. Sin necesidad de contrariar esa certidumbre, no sale sobrando recordar que la influencia de Pellicer se proyectó (desgastándose) más allá del medio siglo. Incluso en sus extenuantes versos patrióticos y bolivarianos, con los que Pellicer ocupó en solitario el sitio de una izquierda católica entonces infrecuente, pueden hallarse pepitas de oro arrojadas a la otra orilla por el proceloso río de un hombre a quien tanto trabajo le costó envejecer. Sólo Pellicer, por ejemplo, podía salir airoso al componer una oda a Benito Juárez: Eres presidente vitalicio a pesar,/ de tanta noche lúgubre. Pero a sus obligaciones cívicas como hagiógrafo del santoral laico, Pellicer sumó, sin mayores conflictos, la escritura de varios de los poemas religiosos más bellos (y solemnes) de la literatura mexicana, tanto en Práctica de vuelo (1956) como en Cosillas para el nacimiento (1978). Más franciscano que católico, como lo señaló oportunamente José Joaquín Blanco, Pellicer fue un poeta para quien el cristianismo se revelaba como una religión adánica y novísima. En los "Sonetos a los arcángeles", tan dignos de admirarse como si fuesen barcazas en un cuadro de André Derain, Pellicer despoja a estas creaturas de los pies de...

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