Tiene Buenos Aires su propio 'megatepito'

AutorÁngel Sastre

Especial

BUENOS AIRES.- Son las tres de la mañana cuando una camioneta de cristales polarizados se estaciona en Palermo, una de las zonas acomodadas de la capital.

Un hombre corpulento, sale del coche y nos invita a subir. Forma parte del ejército privado de Jorge Castillo, cerebro de la Salada: la feria ilegal más grande de Sudamérica.

Entre estrechas carreteras mal asfaltadas nos adentramos en el área conurbada, el cinturón de pobreza que rodea Buenos Aires. Tras casi una hora de camino se llega a Lomas de Zamora, uno de los distritos más marginales de la provincia.

Una hilera de puestos se levanta sobre el lodo, junto al pestilente río Matanzas. Vendedores, principalmente bolivianos y peruanos, deambulan como fantasmas, tirando con sus carritos, acarreando enormes sacos a sus espaldas.

"Aquí no hay competencia. Quien tiene plata puede comprar cosas de marca; el que no, viene hasta aquí" afirma a REFORMA Castillo.

Visible incluso desde Google Earth, La Salada fue identificada por la Unión Europea (UE) como un emblema mundial del comercio ilícito y la producción de mercancía falsificada.

Este mercado moviliza 9 millones de dólares por semana y emplea a 6 mil personas para atender a los más de 50 mil clientes que concurren diariamente.

Es un paraíso de la ilegalidad, y aunque la UE llamó en un estudio a "enfocar actividades y recursos en la lucha contra la falsificación", esa misión aparece como una cruzada prácticamente imposible para los dirigentes empresariales, sindicales, políticos y policiales consultados. Se estima que cada jornada llegan al lugar unos 500 autobuses de compras, y en diciembre arriban hasta 4 mil.

El experto en protección de registros, Alejandro Salvador, recorre cada mes la feria completa. No va de compras. Como apoderado de diferentes marcas de indumentarias dedica siete horas a recorrer los puestos y tomar nota de aquellos que venden pantalones falsificados.

"¿A cuánto están?", pregunta al vendedor mientras señala un pantalón cuya etiqueta dice Wrangler. "Cualquiera cuesta 40 dólares", le responde, en referencia al montón con carteles de Levi´s y Ufo. "Los originales valen 105 dólares", comenta Salvador.

Esta disparidad de precios es el principal caballo de batalla de Castillo.

"Son las grandes marcas las que roban a la gente. Nosotros lo hacemos por un tercio del precio. Además nadie acusa a las multinacionales cuando explotan a niños en países tercermundistas y luego sacan réditos extraordinarios", asevera.

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