En busca de la modernidad

AutorAlejandro Rosas Robles

Con las fiestas del Centenario de la Independencia -septiembre de 1910-, las luces del progreso porfiriano iluminaron por última vez a la república. El día 11, Porfirio Díaz ofreció un brindis al cuerpo diplomático acreditado en México. Con su característica parquedad, el viejo presidente dirigió unas palabras al mundo entero:

Hemos querido festejar nuestro Centenario con obras de paz y de progreso. Hemos querido que la humanidad, congregada por intermedio vuestro en nuestro territorio, juzgara de lo que son capaces un pueblo y un gobierno cuando un mismo móvil los impulsa, el amor a la patria, y una sola aspiración los guía, el indefinido progreso nacional. (1)

El "progreso" fue el término que definió la biografía política de Porfirio Díaz. A sus ojos, esa "voz" no era solamente uno de los pilares ideológicos del positivismo (2): el propio don Porfirio le otorgó otro sentido; lo transformó en una obsesión -casi personal- que intentó llevar a todos los rincones del País. Desde los primeros años de su largo régimen, el "progreso" se convirtió en el dogma de fe de la nación mexicana.

En 1900, cuando se iniciaba el Siglo 20, la idea del "progreso" había arraigado en la conciencia nacional. No resultaba extraño encontrarse con un periódico titulado El progresista saludando la nueva centuria con desbordante optimismo.

Y tú siglo XX, tú sustituirás el vapor con la electricidad, iluminarás al mundo con la potencia del Niágara; tú, construirás túneles bajo los océanos, anularás completamente las distancias para la vista y el sonido, y harás que el hombre cruce como cóndor por los aires, y... quién sabe si hasta traspasando las regiones atmosféricas descorrerás el velo de la eternidad, descubriendo los secretos del Universo. (3)

El evidente progreso porfiriano recuperó un término perdido en las azarosas y desgarradoras décadas del Siglo 19: modernidad. Por vez primera en su historia independiente, y a pesar de las contradicciones políticas y sociales internas, el país intentaba mostrarse ante el orbe como una nación moderna. Era un hecho, en el "progreso" estaba materializada la modernidad.

Convencido de las bondades de la "civilización moderna", el gobierno de Porfirio Díaz se dedicó a la afanosa tarea de buscar el reconocimiento internacional; no en términos políticos -ya contaba, formalmente, con los más importantes- o económicos -las inversiones fluían libremente a México-, sino en términos morales. Era imprescindible ganar un espacio en el mundo; obtener un lugar que permitiera a la república desasirse del término "bárbaro" -utilizado por las naciones europeas al referirse a México en el Siglo 19. La "tierra prometida" no estaba dentro de los límites del País, estaba afuera, en el concierto de las "naciones civilizadas" y en sus grandes escenarios: las exposiciones universales.

Hacia finales del Siglo 19, las exposiciones internacionales se convirtieron en el escaparate de la modernidad. El vertiginoso avance de la ciencia y la tecnología abrió los espacios por donde entraron la luz eléctrica, el teléfono, el fonógrafo, la bombilla, el acero y el hierro para las construcciones, el petróleo y la maquinaria perfeccionada capaz de realizar la producción en masa.

Los pabellones de cada país reflejaban el último grito de la vanguardia y de la moda en las artes, la arquitectura, la escultura y la pintura. A pesar de los detalles locales y los rasgos autóctonos que...

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