El caballero del Titanic

AutorGuadalupe Loaeza

El diputado Manuel R. Uruchurtu llegó a la estación de Cherburgo cerca de las 11 de la mañana. La estación marítima, de estilo arquitectónico art déco, se acababa de inaugurar; en ella se podían encontrar todas las compañías navieras de Europa. Allí también se habían instalado las oficinas de la White Star Line, con sus dos transbordadores, el Nomadic y el Traffic. A esta estación eran llevadas las enormes bolsas del correo postal que serían distribuidas a otros barcos.

Los demás pasajeros, tanto de la primera como de la segunda clase que zarparían en el Titanic y que habían salido de París a las 9:40 de la mañana, llegarían hasta las 3:30 pm. Antes de abordar el buque, Manuel tenía entonces mucho tiempo que perder. Por ello se dirigió a la Salle des Pas Perdus, donde compró algunas "porqueriitas" para sus hijos, una mascada con la imagen del Titanic, para Gertrudis, y una tarjeta postal con la fotografía coloreada del vapor, para su madre. En ella le escribió que estaba a punto de abordar un "palacio flotante", y que en cuanto llegara a Hermosillo, le platicaría con lujo de detalles todo lo que vio, comió, escuchó, y especialmente lo que aprendió, porque como bien dice la frase célebre: "Los viajes ilustran". Le dibujó una flechita y se encaminó a la oficina de correo, donde compró varios timbres con el rostro de la Reina Victoria. Después se dirigió a la sección de telégrafos y allí puso un cablegrama para su hermano Remigio, el benjamín de los diez hermanos Uruchurtu, con el que mejor se llevaba y al que más confianza le tenía. Con una caligrafía muy bonita, escribió con letras mayúsculas: "EMBÁRCOME".

A las 5 de la tarde, los 142 pasajeros de primera clase y los 30 de segunda fueron invitados a abordar el Nomadic. El pasajero mexicano no daba crédito del espectáculo que representaba la embarcación de tantos pasajeros. Por un lado, veía desfilar parejas vestidas de una forma sumamente elegante, como era el caso del millonario Johan Jacob Astor y su joven esposa, Madelaine, así como Benjamin Guggenheim, George Widener, Charlotte Caderza, y otros multimillonarios de la época que intrigaban a medio mundo por su glamoroso estilo de vida, su muy sofisticada forma de vestir, sus hobbies totalmente excéntricos, sus costosísimos automóviles último modelo y, sobre todo, por su exquisito gusto y su savoir faire. Por allí estaban también los pasajeros latinoamericanos, llenos de vida, entusiastas y felices de abordar un vapor tan excepcional. Unas...

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