Una cadena de solidaridad

AutorFernando del Collado

Sotuta, Yucatán- En este pequeño municipio maya, a 99 kilómetros de Mérida, los hubiera existen.

Si Epifania se hubiera dado por vencida y no hubiera llevado a Edgar, su desahuciado hijo, a esta cabecera municipal, en un último acto desesperado por pedir ayuda. Si justo ese día Reyna, su vecina, hubiera ido al campo y no hubiera dispuesto su camioneta para transportarla con el niño desde la remota comunidad de Zavala. Si el alcalde no hubiera pensado que la solicitud de ayuda significaba un trámite administrativo menor. Si Rubí, la emprendedora activista social, no se hubiera topado con ellas y no se hubiera alarmado ante el desfiguro crónico del niño. Si Francisco, el doctor, no lo hubiera asistido con los primeros auxilios y detectado esa severa desnutrición. Si Javier, su jefe, no hubiera dado la señal a México sobre el urgente traslado del niño a un hospital para que lo salvaran. Si José Ignacio no hubiera atendido ese llamado y hecho todas las gestiones para trasladar al infante desde Yucatán al Distrito Federal, para después canalizarlo a un hospital privado. Si el presupuesto hubiera sido un impedimento de peso que obstruyera el socorro. Si en el hospital privado Irene no hubiera detenido la hipotermia del menor y detectado esa extraña enfermedad... Si no se hubieran desencadenado todos estos actos fortuitos, solidarios, Edgar Ricardo Cab Echeverría simplemente no viviera.

¿En dónde inicia y cuándo termina esta suerte de casualidades encadenadas? ¿Con Raúl, el yerno de la vecina Reyna, que desde hace tres años emigró a Estados Unidos para acabar con el círculo vicioso de pobreza? ¿En la desesperanza de la madre, que la llevó a buscar los servicios de un curandero? ¿Con la insistencia de Rubí para que el niño fuera atendido de inmediato? ¿En la prontitud con la que respondieron los médicos? ¿En la visión humanitaria de la agrupación Un Kilo de Ayuda, dedicada a menguar la desnutrición infantil en las comunidades rurales más marginadas del país? ¿En la aportación anónima y mínima que miles de mexicanos hacen, en cada una de sus compras, para esa asociación?

Unanse todos estos eslabones y el resultado es una cadena humana que rompe toda lógica matemática.

"Fue un acto donde se vio la mano de Dios", recapitula José Ignacio Avalos, presidente nacional de Un Kilo de Ayuda. Y es que hace cuentas, mide las casualidades, sopesa el estado de gravedad del niño, revisa los tiempos de auxilio, la resistencia del menor, la respuesta humanitaria de los médicos, las aportaciones de miles de mexicanos y la disposición del hospital y no encuentra otra explicación: "Sin todos esos elementos, ese niño -dice Avalos- simplemente no estaría vivo".

Sea o no sea una explicación milagrosa, lo cierto es que lo sucedido en Sotuta involucra a todos y a la vez a ninguno. Desde Zavala, la casualidad se hizo presente con ayuda cronológica y filigrana humanista, desafiando las reglas médicas y dejando esa sensación de evento milagroso.

La madre

La noche del pasado 5 de agosto, María Epifania Echeverría Santana estaba desesperada. Su hijo, Edgar, tenía esos "ojos saltones de muerto" y esperaba que su vecina la ayudara a transportarlo para visitar al célebre curandero de la zona. Reyna es la única en Zavala, una comunidad maya de 300 habitantes enclavada en el corazón selvático de Yucatán, que cuenta con un medio de transporte. "No soporto verlo morir. No soporto que se me muera de hambre. ¡Ayúdeme, Reyna!", le suplicó. Las dos quedaron en reunirse a la mañana siguiente para ir a Yaxcaba, distante 31 kilómetros, a buscar al curandero.

Se trataba de la última de las medidas desesperadas de Epifania por salvar a su hijo de la muerte. Desde enero de este año, había visitado cuanto médico e institución pública de salud le habían sugerido. En enero mismo, su hijo, de dos años y cinco meses, ya presentaba severos síntomas de desnutrición. Tenía un peso de siete kilos 400 gramos, hipotrofia muscular y cuadros repetitivos de evacuaciones diarreicas.

De nada servía la insistencia de su madre para hacerlo comer "a fuerzas". Edgar, pese a gritar y quejarse de los dolores por el hambre, nada podía retener, "tenía descompuesto todo el cuerpo, pero cada vez que le daba de comer, siempre lo evacuaba y me lloraba", recuerda.

El 21 de enero, Edgar ingresó de urgencias en la Clínica Benito Juárez del Instituto Mexicano del Seguro Social, ubicada en Mérida. El cuadro que presentaba fue registrado como "desnutrición severa (GIII), marasmo y debilidad generalizada".

Durante los 23 días que estuvo internado en el IMSS, Edgar fue sometido a un tratamiento que incluyó metronidazol (medicamento para desparasitarse), vitaminas y una dieta de "papillas". Para el 14 de febrero había recuperado poco más de dos kilos elevando su peso a nueve kilos 600 gramos, un peso sin embargo menor a la media en los menores de esa edad, de 12 kilos. Pero los médicos aseguraban una "mejoría" en su estado físico y lo dieron de alta. No obstante, a los 15 días Edgar volvió a bajar de peso.

Durante los seis meses siguientes, su madre llevó a Edgar con otros tres médicos particulares. Dos en Mérida y uno más en Progreso. Pero el resultado fue el mismo. "Los doctores me dijeron que sus intestinos no absorbían los alimentos y que no había solución para eso, que no se podía hacer nada, que mejor me lo llevara a casa", revive Epifania.

La tarde del 5 de agosto, Edgar emitía "unos sonidos como de espanto, como ronquidos secos, ya no tenía fuerzas ni para llorar". A Epifania le parecieron como los murmullos de la muerte. "Nomás de recordarlos se me pone chinita la piel. Yo sabía que se me moría. Estaba desesperada. Mi hijo se me iba", describe con ese inconfundible acento yucateco que es asombro y marcada puntuación.

El curandero de Yaxcaba era la última esperanza.

Cerca de las 11:00 horas del 6 de agosto, Epifania y Reyna tomaron la carretera para recorrer los 31 kilómetros hasta el lugar. Pero antes, las dos mujeres decidieron parar en Sotuta, la cabecera municipal. Su intención era solicitar ayuda económica al...

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