El café, pasión turca inmortal

AutorBlanca Ruiz

REFORMA / ENVIADA

ESTAMBUL, Turquía.- Para describir a una ciudad por un color, con el rojo se podría evocar a Estambul: por la tonalidad escarlata que cubre a Santa Sofía; un sonido: el agudo canto del muecín que llama a la oración en las mezquitas; una textura, los mosaicos policromos del interior de los lugares sagrados; y un olor: a todo, a ciudad que vive con el peso de muchos siglos, a modernidad en donde el aroma del café ya no existe, se ha desvanecido.

En la antigua Constantinopla, la tradicional bebida es actualmente como una joya antigua que ha perdido su resplandor, aunque conserva todavía su garbo. Tristemente los niveles de consumo han bajado entre la población, que prefiere tomar un vaso de humeante té a casi todas horas y en todas partes: a la orilla del mar, en el Canal del Bósforo, en un pequeño rincón entre los laberintos del mercado, o incluso dentro de un pequeño puesto de flores callejero.

Los turcos se las ingenian hasta para tomarlo en la calle, donde colocan una parrilla con la jarra en la que lo elaboran, y disfrutan en compañía de algún amigo o vecino.

Por su posición geográfica, como puente entre Europa y Asia, Turquía encierra una historia milenaria: los asirios, sumerios, hititas, el hombre del mar, Ciro, Darío, Alejandro el Grande, Midas, el rey que convertía en oro todo lo que tocaba; Creso, el inventor de la moneda+todos han pasado por ahí dejando huella profunda en este territorio que floreció bajo el imperio otomano, hasta que en 1923 se instauró la República Turca.

Desde que el mundo es mundo, la nación de la media luna roja ha recibido los pasos y las mercancías de los distintos continentes a través del Bósforo (la ruta comercial desde la Edad Media de Europa con Oriente). Según algunas crónicas y leyendas, el café llegó a esta tierra procedente de Yemen en 1517 y fue recibido en los suntuosos palacios donde vivían los sultanes.

Acostumbrados a una amplia gama de manjares: cordero, carnero a la brasa, pescados, verduras, frutos secos, los otomanos se deleitaron con el café hervido en una jarra de cobre con un largo mango del mismo material o de madera, que disfrutaban en sus salones que parecen salidos de Las Mil y una Noches, entre alfombras, mármol y candiles.

En un ambiente completamente relajado, con el sonido del agua como fondo o de algún instrumento musical, gran parte de las mañanas o tardes de mil días y noches transcurrían acompañados del nargile, la típica pipa de agua utilizada en Oriente...

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