Cara a cara

AutorVíctor Juárez

Dos noticias, prácticamente con una semana de distancia y sobre el mismo tema, trascendieron en la prensa estadounidense a mediados de este mes.

Primero: la ciudad de San Francisco, meca de la industria tecnológica, decidió prohibir cualquier uso del reconocimiento facial por parte de agencias gubernamentales (la policía, principalmente), con poquísimas excepciones, incluyendo la investigación de delitos.

Una semana después, en víspera de una reunión de inversionistas de Amazon, estos propusieron votar una iniciativa para que la compañía analice los potenciales riesgos de "Rekognition", su instrumento de "análisis visual" que, entre otros objetos, también reconoce rostros de seres humanos.

Mientras tanto, el uso masivo de datos biométricos para vigilancia ya es una realidad en China, donde las autoridades pretenden construir en algunos años una base de datos suficientemente poderosa para identificar a cualquiera de sus ciudadanos (o lo que sea que sean) en cuestión de segundos.

Lo cierto es que también es una realidad en Estados Unidos, donde la estrella de pop Taylor Swift instaló un kiosco para fotografiar a sus fans sin avisarles e identificar a posibles acosadores.

Sin duda, las máquinas son cada vez mejores identificando rostros, lo que habrá de llevarlas eventualmente a reconocer identidades; aunque siendo sinceros, el desempeño que ha mostrado esta tecnología invita a preguntarse si esto último es deseable o conveniente incluso para las compañías que lo desarrollan.

Porque reconocer un rostro, a escala humana, no se limita a identificar cada una de sus partes. Un neurólogo y un premio Nobel de Literatura británicos nos podrían explicar por qué.

Todo empieza por entender la prosopagnosia, un padecimiento inmortalizado en la literatura médica en el inagotable título de Oliver Sacks, "El hombre que confundió a su mujer con un sombrero" (1985), que la describe como la imposibilidad de identificar, imaginar o recordar los rostros de las personas.

En particular, el paciente que da título al libro, el doctor P., representa el grado extremo de este déficit de la percepción: P. no solamente era incapaz de reconocer un rostro -es decir, una persona-, sino que la idea misma de...

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