Carlos Fuentes/ La gran enchilada

AutorCarlos Fuentes

La noche del 7 de noviembre fue una de las más sorprendentes de toda la historia de los Estados Unidos de América. Con verdadero arte de marear, las pantallas de televisión le dieron el triunfo decisivo de la Florida a Gore primero, luego a Bush, luego la presidencia a éste, seguido por la concesión de Gore, la nueva duda sobre la elección en la Florida, la retractación de Gore y la historia de suspense electoral que ha seguido desde entonces y cuyo fin, este 23 de noviembre en que escribo, aún no se ve claro.

Pero para un mexicano sentado frente a su televisión en Nueva York, la noche del 7 de noviembre y la madrugada del 8 le reservaba otra, aunque menor, sorpresa: la mexicanización del proceso electoral norteamericano. Me refiero, ante todo, a un hecho nominativo. Los comentaristas de televisión se refirieron a California como "la gran enchilada". Texas fue nombrado "el tamal caliente". Y la Florida, escenario del "Mexican Standoff", o sea la confrontación cara a cara y pistola en mano, de dos adversarios implacables en la calle de los duelos del Lejano Oeste.

La mexicanización se acentuó a medida que el embrollo electoral de la Florida nos hacía evocar añejas tradiciones del pasado priísta. El orgullo de todos los nepotismos: la elección se iba a decidir en un estado gobernado por el hermano del candidato Bush y el proceso decisivo sería dictaminado por una Secretaría de Estado nombrada por el propio gobernador. A medida que las acciones y reacciones se sucedían en la península, los espectadores mexicanos nos preguntábamos si, derrotado en México, el PRI se había exportado a sí mismo a la Florida. Mapaches, ratones locos, boletas desaparecidas, canceladas o mal perforadas, listas electorales y boletas confusas: ¿esto era Tabasco o Florida?

Decía en un artículo anterior que la política norteamericana también puede ser barroca. Nada lo demuestra mejor que el asunto de los "chads", es decir, la naturaleza de las perforaciones imperfectas de las boletas electorales. El nombrecito, "chad", proviene de una máquina perforadora inventada a finales del siglo XIX por la familia Chadwell. Las derivaciones barrocas de tan sencilla acción son el chad colgante, el chad columpiante, el tri-chad y el chad preñado (o sea, el que se infla pero no se desprende).

No llevaré más adelante mi alegre comparación. El problema electoral de los EE.UU. pronto pasó, en su aspecto esencial, a donde debía: a la atención de las instituciones judiciales. El debate en...

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