Carlos Tello Díaz / Fiestas empañadas

AutorCarlos Tello Díaz

El 1o. de septiembre y el 16 de septiembre, los símbolos del mes de la patria, tuvieron esta vez un protagonista: Andrés Manuel López Obrador, el Peje. Ambas fechas fueron suyas. La primera con la toma de la tribuna del Palacio Legislativo por los diputados y senadores del PRD que, con el pretexto del cerco de policías, manifestaban su molestia, su indignación, por la suerte que tuvo en las elecciones del 2 de julio el candidato de la coalición Por el Bien de Todos. La segunda con la celebración en el corazón de la capital de la Convención Nacional Democrática, convocada por el ex candidato de la Coalición. Entender estas fechas -la metáfora del 1o. de septiembre y la historia del 16 de septiembre- es una forma de comprendernos un poco más a nosotros mismos.

El 1o. de septiembre

Por muchos años, el 1o. de septiembre fue el símbolo más importante del presidencialismo en México. Ese día, todos los años, el Presidente de la nación era celebrado por los mexicanos en el sitio donde residían sus representantes: el Congreso de la Unión. Su celebración estaba de hecho encarnada, irónicamente, por la arquitectura del Palacio Legislativo de San Lázaro.

Al inicio de la década de los ochenta, un grupo de arquitectos encabezados por Pedro Ramírez Vázquez -consentido del antiguo régimen, con obras como el Museo de Antropología, el Estadio Azteca y la Basílica de Guadalupe- empezó la construcción del Palacio Legislativo de San Lázaro. El recinto fue erigido en un terreno inadecuado para la obra, pues estaba localizado fuera del área monumental de la ciudad -es decir, lejos de las avenidas, las plazas y los edificios públicos que formaban, y forman, el centro de la capital de México-. Por esta razón, el Palacio Legislativo no fue nunca lo que debía haber sido: una referencia urbana, una seña de identidad de la ciudad, como lo son esos recintos en las capitales de todo el mundo: el Parlamento en Londres, el Capitolio en Washington, las Cortes en Madrid, la Asamblea Nacional en la capital de Francia. La representación arquitectónica del ideal democrático de Occidente.

Pero la originalidad del edificio, lo que resultaba en verdad revelador, no era tanto su locación en la ciudad sino algo más sutil: la forma de concebir el interior del recinto. El Palacio Legislativo estaba en efecto concebido con la forma, no de un parlamento, sino de auditorio. "¿Qué razones funcionales o políticas condujeron a proyectar el recinto de debates como un auditorio, en lugar de...

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