Cartoneros y 'cirujas' en la noche de Buenos Aires

AutorFrancesc Relea

El camión se detiene detrás del antiguo mercado del Abasto, hoy convertido en un centro comercial, levantan la lona y aparece un enjambre de hombres, mujeres y niños. En un segundo están todos en la calle con sus carretillas y enormes costales dispuestos a iniciar su jornada de trabajo en busca de cartón y papel, aunque los hay que también recogen vidrio, latas y plásticos.

Cuando cae la noche en Buenos Aires el centro de la ciudad se llena de miles de cartoneros y lo que hace meses eran escenas aisladas, ahora se repite en cualquier esquina de las principales ciudades argentinas: individuos de vestimenta raída hurgan en las bolsas de basura ante la mirada indiferente, cuando no desconfiada, de los transeúntes.

Capaces de caminar kilómetros y kilómetros con carros que llenos pesan 100 kilos, son los nuevos inquilinos de la noche porteña, que languidece por el miedo a la inseguridad.

Oscar Carballo, de 15 años, apenas hace un mes que forma parte del ejército de sombras silenciosas que deambula por la ciudad. Vive en Villa Fiorito, un barrio pobre del conurbado bonaerense. A las cinco de la tarde sale disparado del colegio para no perder el camión y una hora y media de viaje hasta la capital.

"Somos cada vez más los que hacemos", cuenta. Tiene tres hermanos más pequeños y su padre, sin empleo, "hace changas por ahí". Oscar ha aprendido rápido. Con una simple mirada intuye si en un contenedor hay algo que llevarse. Abre la bolsa de basura sin desparramar los desechos, saca el papel y la cierra con cuidado. Así una y otra vez.

Sin detener el paso, mira de reojo un restaurante donde sirven buena carne y al indigente que rebusca en dos bolsas de las que saca restos de comida. En una semana, de domingo a viernes, suele sacar unos 50 pesos (poco más de 14 dólares).

A diferencia de Oscar, que cartonea solo, Beatriz Escobar, de 42 años, viaja en el camión con cinco de sus seis hijos (de 19, 13, 11, 8 y 4 años). Trae a la prole por dos motivos: "Por seguridad, porque vivimos en un lugar muy feo y prefiero que estén conmigo, y para que me ayuden. Además, ellos sacan un poquito y venden para ellos. Así aprenden a ganarse la platita también, y a cuidarla, que nada viene de arriba. Cuando enviudé, hace dos meses, no tenía muchas opciones. Me dije: me muero de hambre o salgo a cartonear".

El sábado es el día de descanso. Un descanso relativo, porque hay que clasificar el papel, diarios y cartones que cada uno guarda en casa durante toda la semana y llevarlos para la venta a los...

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