Cautiva a capitalinos faraón Tutankamón

AutorMarcela Nochebuena

La sombra de muerte que rodeó el descubrimiento de la tumba de Tutankamón cautivó ayer a quienes visitaron la exposición "Tutankamón. La tumba, el oro y la maldición" en su primer día.

Ese fue el caso de Arturo, un pequeño de la misma edad que tenía el niño faraón cuando asumió el poder, apenas 12 años, pero acudió a la muestra -en el Palacio de la Autonomía, en el Centro Histórico-, ya con conocimiento de causa.

Y es que las historias del antiguo Egipto son una de sus fascinaciones, por lo que, con un libro del tema en la mochila, recorrió toda la exposición para ver si las piezas exhibidas coincidían con las imágenes del texto hasta llegar a su favorita: la máscara del faraón.

Pero la sala dedicada a la maldición, confiesa, le dio miedo. Ese fue el toque de superstición y misterio que cautivó a casi todos los visitantes.

"La muerte se abatirá con alas ligeras sobre aquel que turbe el sueño del faraón", leyó Arturo junto con las cerca de 400 personas que asistieron ayer a ver la muestra.

Algunos sorprendidos y otros incrédulos, se enteraron de las 33 muertes sospechosas que ocurrieron a quienes se relacionaron de algún modo con el descubrimiento de la tumba de Tutankamón, y que ellos pudieron revivir ayer.

"Me gustó mucho todo lo que había, pero las maldiciones sí me dan mucho miedo; quién sabe, pero yo creo que sí era cierto", comentó el pequeño.

El suspenso dejó atrás las explicaciones científicas que han aventurado que las muertes ligadas a la tumba de Tutankamón se debieron a esporas de hongos conservadas durante milenios.

"Más bien te deja con la duda. A mí me gustó mucho, realmente como dicen, hay explicaciones científicas, pero siempre es emocionante que te dejen con la superstición y el suspenso", señaló Adriana.

Entre maldiciones, momias y joyas valiosas, los visitantes se acercaban poco a poco al momento decisivo y el brillo del falso oro se reflejaba en sus ojos como alguna vez el auténtico iluminó los de Carter.

Mediante los pasajes del propio diario del antropólogo, el espacio de la exposición se cerraba cada vez más hasta convertirse en la caja de piedra que conectaba con la cámara...

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