Al centro de la fe

AutorAlessandro Triacca

Enviado

AMÁN, Jordania.- Sobre la banqueta en ambos lados de la avenida Al Hashimi hay puestos de ropa, comida y artesanías. Los gritos de los vendedores se pierden entre el bullicio impenetrable de esta ciudad repleta de vida.

De pronto, una melodía lírica se apropia de las calles, y las cabezas se giran en dirección a los altos minaretes (torres) de la mezquita Al Husseini: sólo entonces comprendo que este canto agudo es un llamado a la oración.

Me encamino para observar cómo decenas de hombres cruzan la puerta de entrada a la mezquita, imponente con la belleza de sus formas curvas, como si los grabados en sus paredes emularan los trazos sinuosos de la escritura árabe.

Esta mezquita fue construida en 1924 por el Rey Abdullah I, en el mismo lugar donde se cree que, hace más de mil 500 años, estuvo una gran catedral. En aquella época, la ciudad se llamaba Filadelfia y formaba parte del Imperio Romano.

En la actualidad, la mezquita señala el centro histórico de Amán, capital del Reino Hachemita de Jordania.

Obedeciendo a la curiosidad me acerco. A través de una celosía en la fachada puedo ver hacia un patio descubierto circundado por columnas y un quiosco octagonal al centro.

Un hombre toca mi espalda y me invita con señas a entrar. Sin pensarlo demasiado lo sigo a través de la puerta principal.

Ya en el patio el hombre se quita el calzado y me pide que haga lo mismo. Parece adivinar lo que estoy pensando, menea la cabeza, como diciendo "nadie va a tomar tus zapatos".

El hombre se aleja de mí y se pierde entre el tumulto. Opto por cruzar el patio en dirección a la sala de oraciones. Es una habitación amplia con techos altos, ventanas opacas y paredes desnudas. Hay siete grandes columnas que forman arcos a lo largo de la habitación, y del techo penden candelabros de formas variadas.

Dentro, el mobiliario es casi nulo: la única silla en toda la sala está ocupada por un anciano barbado que habla pausadamente a través de un vmicrófono.

Los demás hombres están echados sobre el suelo alfombrado, algunos escuchan con atención las palabras del viejo mientras otros parecen dormir profundamente. En la sala permea un olor fuerte, mezcla de sudor y pies descalzos.

Entro en la estancia y varios hombres giran sus cabezas para observarme. No son miradas hostiles pero aún así me intimidan, por lo que decido borrar mi presencia sentándome entre ellos.

En la pared opuesta observo un tablero electrónico donde se indican las horas en las que se deben realizar...

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