'Mi chicle por una visa'

AutorFernando Toledo

El reloj marcaba las 05:00 horas. Era una fría mañana, hora de pararse para ir por la visa norteamericana que ya vencía. La cita fue obtenida a través del Internet para las 7:05 horas en punto... después de proporcionar hasta el certificado de primaria y moral, direcciones con códigos postales de la gente que uno piensa ver por allá, y dejar por sentado que no se irá al vecino país a "prostituirse" o a "traficar con drogas y armas".

Se pide que no se llegue antes, para evitar amontonamientos. Sin embargo, pensando a "la mexicana", lo mejor es llegar con media o tres cuartos de hora de anticipación. ¿Coche o taxi? Coche, porque de allí hay que ir al trabajo.

Hay poca gente en la calle. ¿Será el cambio al nuevo horario? En la Zona Rosa hay pocas personas, quienes lucen una moda invernal consistente en sarapes, jorongos, y gorras tejidas que causarían la envidia del mismo Sub Marcos.

¿Dejo el coche en la calle? Los parquímetros parecen no funcionar. Le echo varias monedas, y el aparato envejecido sigue marcando rojo. Un amable barrendero me dice: "No, joven, no le eche más, empiezan a funcionar a las ocho de la mañana. Sólo se paga de ocho a ocho".

Decido meterlo a un estacionamiento cercano para no errarle y no terminar con el coche en el corralón. Parece estar vacío, pero debajo de una cobija, en un rincón, aparece el encargado, trasnochadísimo, crudo o mejor dicho, todavía en los brazos de Baco. Huele a alcohol.

"¿Qué pasó, jefe?, ¿es pensionado?", le digo que no, y procede a revisar el carro, con los ojos medio apagados y con lagañas. "¿Algo de valor?".

Llegó a la calle de Berlín, y veo una larga fila. Mucha gente con papeles en mano se arremolina como si regalaran algo. "¿Pues no que había cita?", pregunto. "Pues sí, pero hay que formarse", me dice con furia una señora que -luego me entero- acaba de llegar de Morelia.

Delante de mí, un grupo de jóvenes recién llegados de Hidalgo me cuentan que trabajan "del otro lado" y que su patrón, que tiene los papeles, no ha llegado... están muy nerviosos. Me piden prestado mi celular, pero les digo que no lo cargo conmigo, porque no dejan meterlo al Consulado.

"Huy, es que ahora es muy complicado", se escucha a la señora moreliana. " A mí me tuvo que ayudar mi hija con la computadora, porque si no, no hubiera llenado la solicitud".

A hacer fila para llegar al paraíso.

Mientras tanto, pasa un ejército, muy organizado, que vende donas, cafés, chiclets, tortas y tamales, mientras descubro que todos los...

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