Una China de cuento

AutorÁngel Villarino

KAILI, Guizhou.- El desarrollo económico ha transformado completamente el paisaje chino durante los últimos años, pero siguen existiendo reductos que se resisten a la modernidad y donde todavía es posible observar la vida tal y como era hace siglos: lugares para pararse a contemplar los estertores de tradiciones milenarias que se están evaporando sin dejar rastro.

Guizhou, la región más pobre del país, es seguramente el lugar más idóneo para ello. A aldeas perdidas entre brumosas montañas todavía no ha llegado el asfalto, el cemento, ni los productos de plástico.

Casas de madera con pabellones elevados para el ganado en el primer piso, impresionantes terrazas de arroz cultivadas con enormes esfuerzos entre valles y colinas, ollas forjadas en hornos tradicionales que se calientan sobre fogones de leña, coloridas vestimentas y peinados sujetos con aceites vegetales, nos transportan a la China de los relatos antiguos, esa que ya es casi imposible encontrar.

Las zonas más hermosas de la provincia de Guizhou son seguramente las habitadas por los miao, una minoría étnica repartida por varios países del sur de Asia cuya población alcanza en China los nueve millones de habitantes.

Su herencia histórica es rica y ancestral y se cree que fueron los primeros cultivadores de arroz de Asia, tribus otrora poderosas que durante algún tiempo lucharon por la hegemonía de todo el sur del continente.

Con el paso de los siglos, los miao acabaron peleando contra los ejércitos de las dinastías imperiales llegadas del norte para mantener su independencia, pero murieron miles y terminaron asimilándose en el Imperio Chino.

Hoy en día están integrados en la vida del país y, de hecho, la última gran revuelta la protagonizaron a finales del siglo 19. En otros países del Sudeste Asiático (donde se les conoce como hmong) han seguido peleando hasta hoy por su autonomía cultural y política.

KAILI, EL INICIO DEL VIAJE

La antiquísima civilización miao sigue viva en sus aldeas, algunas de las cuales conservan restos de las murallas que en otros tiempos los defendieron de múltiples invasores.

La sofisticación de sus plantaciones y sus refinados platos, danzas y vestimentas son el reflejo de una tradición que ha sobrevivido durante siglos.

La ruta más recomendada para adentrarse en su singular mundo empieza en la ciudad de Kaili, a tres horas de viaje por carretera del aeropuerto de la capital de la región (Guiyang).

Las calles de Kaili están ya repletas de mujeres miao con sus moños recogidos y que transportan a sus hijos a cuestas, en cintas de tela.

Pese a ello, la urbe se ha enriquecido en las últimas décadas por la industria, el turismo y los planes de desarrollo, de modo que el panorama no es muy diferente al de las ciudades de tamaño medio del resto de China: grandes edificios de cemento gris, amplias avenidas, hoteles, cafeterías y animados mercados callejeros donde se pueden comer al aire libre brochetas de carne, pescado, tofu, verduras y pedazos de mantou (pan chino) tostadas...

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