Christopher Domínguez Michael / Relectura de O'Gorman

AutorChristopher Domínguez Michael

En todas las listas de grandes libros mexicanos debería aparecer La invención de América (1958), de Edmundo O'Gorman (1906-1995), una piedra bien pulida y certera que lanzada al agua no ha cesado en hacer notar su onda expansiva. Imprevisibles historias. En torno a la obra y legado de Edmundo O'Gorman (FCE, 2009) forma parte de esa irradiación: es una colección de muchos de los estudios y ensayos que el historiador preparó para introducir a sus lectores y alumnos en Herodoto y Tucídides, para sus ediciones críticas de las grandes obras de la historiografía virreinal (las de José de Acosta, Antonio de Solís, Las Casas, Motolinía, fray Servando Teresa de Mier, etcétera) o para intervenir en simposios y coloquios con su personalidad, magistral, de perturbador. Perteneció O'Gorman a una casta de espíritus cuya presencia a la vez conforta que incomoda: la de quienes combaten la mansedumbre, el convencionalismo, las ideas manidas. Y, al mismo tiempo, se acercaba siempre a polemizar donde encontraba verdadera inteligencia: se enfrentó en buena lid con Lewis Hanke, el lascasiano, rechazó El deslinde de Alfonso Reyes, estuvo a la altura de Marcel Bataillon.

Liberal sin partido, O'Gorman dedicó buena parte de su energía (dispensada con sabiduría a través de pocos, pero doctos libros) a combatir las mistificaciones históricas del liberalismo mexicano. En "Hidalgo en la historia" (1964), como lo recordó Roger Bartra al saludar la aparición de Imprevisibles historias, O'Gorman se batió contra el mito de "El Divino Anciano" que según El Nigromante habría sido, antes que los indios o los españoles, el padre de los mexicanos. Se burló el historiador, a su vez, de la invención de El Grito de la Independencia, obra esta vez de otro liberal, don Manuel Payno. En su último libro (Destierro de sombras, 1986), dio por fallada O'Gorman la polémica guadalupana a favor del rigor antiaparicionista (sostenido no se olvide, en buena medida, por católicos). Lo prehispánico, además, le parecía del orden de lo monstruoso. Pero todas estas empresas de desmistificación -empezando por la principal, la que genialmente llamó "invención" al descubrimiento de América- tendían a lo contrario de lo pensado por quienes recelaron de él: no a desposeer a la historia nacional de su gaseosa esencia sino a fundamentar ésta en la existencia activa y fascinante de las ideas, los mitos, las leyendas. Verdadero "idealista" y de los mejores entre esa clase entonces maldecida de filósofos...

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