Christopher Domínguez Michael/ Fuga y fin de Joseph Roth

AutorChristopher Domínguez Michael

Los antiguos llamaban dioses penates a las divinidades protectoras de la casa, a veces confundidos con el genius o los lar familiaris. Estas representaciones tenían la gracia de ser portátiles, tan es así que Eneas, en ese pasaje de la Eneida que tanto gustaba a Alfonso Reyes, una vez que cayó Troya no sólo salió rumbo al exilio con Anquises, su padre ciego, sino que con todos sus penates. Cada lector tiene esos penates, que lo van acompañando a lo largo de la vida, de los desplazamientos, del pleamar de los afectos. No es fácil mudar de lugar a Joyce, a Faulkner, a Proust, monumentos de culto público, mientras que los llamados escritores menores son nuestros lar familiaris y viajan con nosotros.

Joseph Roth (Brody, 1894-París, 1939) es uno de mis autores penates. Siempre lo he querido mucho y aunque nos decepcionamos mutuamente a ratos, seguimos pasando juntos los años. Roth, judío galitziano de lengua alemana, se presta a ser un penate -no sólo mío, por fortuna- por haber sido un narrador hogareño y culto que contaba cómo se hundieron, durante su intensa y corta vida, mundos tan fantásticos como el imperio multinacional de Francisco José o la Revolución rusa. Corresponsal del Frankfurter Zeitung, Roth hizo de los hoteles de París, Moscú, Viena, Amsterdam o Berlín, el plano de su hogar itinerante. Entre sus novias, sólo Manga Bell, una mulata preciosa que deslumbró París, estuvo a punto de hacerlo sentar cabeza.

Su libro más célebre fue La marcha de Radetzky (1932), la novela sobre el ocaso del imperio austrohúngaro que debe leerse escuchando, una y otra vez, los tres minutos que dura la marcha homónima de Johann Strauss el viejo. Otros son Job (1930), una defectuosa parábola sobre la inmigración de los judíos centroeuropeos a Estados Unidos, relatos tan graves sobre la guerra civil europea como Confesión de un asesino (1931), A diestra y siniestra (1934), La rebelión (1924), Fuga sin fin (1927), así como La noche dos mil dos (1939), Hotel Savoy (1924) o La leyenda del Santo Bebedor (1939), el testamento alegórico de un hombre que no pudo dejar de beber.

Roth, símbolo de la intelectualidad austriaca antinazi de los años 30 del siglo veinte, fue muy famoso en su tiempo, en una ya lejana época en que el prestigio social de la lectura lograba que fuera más común que hoy la identidad entre popularidad y excelencia. Después de 1980 Roth volvió a las librerías, y sus editores franceses y españoles sabían muy poco de él, al grado que sus lectores...

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