Cine Qua Non / Un Fellini para recordar

AutorRicardo Pohlenz

Las notas particulares que definen un estilo suponen, en la posibilidad de su sublimación, una patología. Lo digo por Federico Fellini.

Esa vocación sobrenatural que han tenido unos cuantos por hacer ver al público desde su perspectiva particular, de obligarlo con una suavidad obcecada a descubrir junto con ellos -y siempre de nueva cuenta- la voluntad de lo visible: su vedada desnudez, sus omisiones delatoras, su felicidad perentoria y, por supuesto, sus vínculos con lo soñado.

Estos calificativos sirven para describir, siquiera someramente, las gracias con la que desluce, magníficamente, el cine de Fellini. En este gusto que se tiene por los calificativos en la cultura mediática, puede querer hacérselos caber a otro realizador. A Rossellini, por ejemplo. O tal vez no, habría que insistir en cierto realismo vivido -en el caso de Rossellini- que en Fellini no deja de ser una transa que aspira conjurar los límites de la percepción.

Se trata de eso, sin embargo, de una peculiaridad que se destaca como propia y que revela al mundo sin comparaciones posibles. Es un poco culpa de lo moderno, vivido como un protagonismo personal de orden social: todos juntos pero todos primero. Vivir se convirtió en un acontecimiento y lo nuevo pasó de ser una aspiración para transformarse en un estándar.

La película es de Federico Fellini. Este rasgo distintivo queda sustentado en una trayectoria. La vocación disgresiva, donde fatalidad y guiño se suben juntas en un tren hecho de equivocaciones, puede apreciarse señalada con todo rigor visionario en El Sheik Blanco (1952).

Brillan, con impostura feliz, los antecedentes de la comedia de situaciones importada de...

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