La Ciudad y el Crimen / Penas y pasiones

AutorRafael Ruiz Harrell

A Gris y Pablo Carrasco

El uso de la fuerza coactiva del Estado en contra de personas libres y autónomas requiere justificación. Proporcionarla es función central de las leyes penales.

Hay dos perspectivas -que debieran ser complementarias, pero rara vez lo son-, desde las cuales suele buscarse la justificación de la sanción penal. Una es precisar la responsabilidad individual y la culpa del autor del crimen. La otra, heredada de los utilitaristas, fija la atención sobre todo en los costos y beneficios sociales del castigo. Predominante a partir de los setentas del siglo pasado, el problema de si una sanción responde al interés colectivo ha terminado por oscurecer el problema, aún más básico, de si el castigo del acusado está o no moralmente justificado. Despojadas de toda consideración secundaria, la tesis utilitarista y sus variantes, terminan cayendo en la peligrosidad como elemento exclusivo de la justificación de la pena. Identificar y confinar a los posibles delincuentes es el núcleo de la cuestión y todo lo que lo ayude, favorezca o facilite, está justificado, así en ocasiones sea obviamente desmedido y en consecuencia injustificable. Un ejemplo de esta triste forma de ceguera es creer que al aumentar a 70 años de cárcel las penas de delitos que se sancionaban con 50 a 60 años de prisión, se hace algo a favor de la justicia.

Pasar de la culpa a la peligrosidad o, para ser más exacto: al temor de la víctima posible o imaginaria, arrastra consigo todo un cambio de muy amplias proporciones porque el derecho penal termina confundido con procesos administrativos de orden civil y creyendo que unos y otros no son sino aspectos distintos del mismo mecanismo de control social. Más importante que el tipo, calidad y peligrosidad real de quienes están detenidos, interesa su número. Tener cárceles sobrepobladas es señal de una política criminológica firme y acertada.

LA REACCIÓN

Hacer descansar el monto de la pena en los temores de una posible víctima es abrirle la puerta a la exageración. El miedo y el terror son pasiones que no se ven detenidas por límites racionales, por el contrario: son emociones incontrolables que casi siempre funcionan como amplificadores de prejuicios y rencores de índole muy variada. Y más todavía cuando hay políticos que exacerban tales temores en su promoción y beneficio.

Destaco el carácter ilimitado de las peticiones del...

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