Ciudad de la Nostalgia/ Momias en Santo Domingo

AutorAlberto Barranco Chavarría

Fresco aún el olor de las guirnaldas, el fragor de las salvas, el tributo de las campanas y la coquetería de las mantillas sevillanas colgadas a los balcones; vivos aún los arcos de triunfo: uno en la carrera de San Francisco y otro en la fachada del Club Alemán, al paso puntual del ejército constitucionalista al mando del general Jesús González Ortega, tras el punto final, humillada la espada del general Miguel Miramón, de la guerra de tres años en San Miguel Calpulalpan, arribaría, al ¡Ave-María-Purísima!, una nueva conmoción a la ciudad de México: la exhumación de momias en Santo Domingo...

Ténues apenas las caricias solares, un ejército de rebozos, sombreros y susurros sitiaba las altas tapias del añejo convento dominico ocupado por la tropa juarista de comecuras, entre el chillido de longaniza al golpe con la manteca; el canto aguardientoso de atrevidas coplas y el refuego del alocado baile de las soldaderas...

Serían las once de la mañana, agotada la provisión de atole de las marchantas, cuando el cabo de guardia hizo rechinar el portón para dar paso a la serpentina, entre empujones, malos modos y palabrotas: -¿Onde'stan? ¿Onde? "Del patio, y siguiendo el corredor de la derecha hasta su extremo -cuenta en su libro 'Los conventos suprimidos de México' un testigo presencial del escándalo: Manuel Ramírez Aparicio-, pasamos a una galería vasta, aunque oscura, donde nos llamó la atención un espectáculo extraño y lleno de vida. ¿Quién podía esperar ver en aquel recinto a más de 50 soldaderas entregadas, cerca del fuego, a las ardientes faenas de la cocina? Unas asaban carne, envueltas en nubes de humo; otras agitaban compasadamente el aventador para avivar el fuego...

"La travesía por aquel océano cocinal fue árdua: pero al fin llegamos a la escalera que conduce a las galerías superiores, y un momento después nos hallábamos en el claustro, a cuyo extremo se ve la capilla que encerraba a las momias.

"Por las paredes cubiertas de polvo y telarañas, el altar vestido de luto, el retablo apolillado, y en suma, por el aspecto de antigüedad, de vejez, de decrepitud que se notaba en la capilla, cualquiera la hubiera juzgado digna tumba de los restos humanos que ostentaba, la mayor parte en fila, reclinados sobre una banca, en pie, y con el semblante hacia los espectadores: aquella hilera de seres misteriosos, quimeras de hombres, fábulas de vivientes que no tenían ojos y parecían ver, que no tenían labios y parecían recibirnos con un gesto de...

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