Colaborador Invitado / Derechos humanos y la transición mexicana

AutorColaborador Invitado

Luis Ortiz Monasterio C.

El pasado 6 de junio se cumplieron 20 años de la creación de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, momento de inflexión de la azarosa vida de nuestra democracia, a menudo esquiva, renuente.

En efecto, un año antes, en 1989, el para entonces ya distendido Estado mexicano daba un paso histórico. En la Secretaría de Gobernación se implantaban, en acto fundacional, dos direcciones generales atípicas en el ámbito críptico de tal despacho, la de Desarrollo Político y la de Derechos Humanos.

La primera de ellas desencadenaría mutaciones de gran calado con la transformación de la caduca Comisión Federal Electoral, y la concomitante creación en 1990 del moderno IFE, que trajo consigo la paulatina apertura del sistema al escrutinio internacional y, en 1996, de la ciudadanización plena del proceso comicial.

Paralelamente, se acordaba la creación de la Dirección General de Derechos Humanos, que ocuparía el espacio físico de la antigua área de Investigaciones Políticas y Sociales y, en 1990, se transformaría en la Comisión Nacional de Derechos Humanos, organismo que estaría llamado a modificar para siempre el papel de los derechos fundamentales en el cogollo del debate nacional.

Pero estos cambios copernicanos no se daban en el vacío y correspondieron cabalmente al ascenso de una sociedad civil cada vez más pujante, exigente y propositiva, en la que ONG paradigmáticas se distinguieron por su enjundia y visión. La secuencia: Tlatelolco 68/ el sismo del 85/ el levantamiento zapatista del 94/ fueron perfilando la consolidación de una maciza opinión pública, mientras a nivel planetario los Estados nacionales empezaban a desdibujarse ante el tsunami de las globalizaciones.

El añoso sistema mexicano requería, también en esos momentos de premundialización, de una urgente relegitimación habida cuenta de los daños resentidos en el proceso electoral del 88. Ya desde 1976 se había evidenciado su miniaturización ante la erosión de un proceso electoral presidencial, con un solo candidato.

Mientras tanto, en el contexto planetario, el término de la Guerra Fría anticipaba el correlativo fin de un orden estático y la liberación para las naciones vecinas de las potencias bipolares, de sus onerosos compromisos ideológicos y militares.

No es casual así que las dos direcciones generales ubicadas en Bucareli 90, llamadas a incubar la transición, se implantaran en el mismísimo año de la caída del Muro de Berlín.

En esa atmósfera dinámica...

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