Colaborador Invitado / Cuauhtémoc Medina: Un sur del Sur: Francisco Toledo

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A pesar de la frecuencia con que la leyenda del mercado y la política quisieron hacerlo representante de alguna clase de autenticidad étnica originaria, Francisco Toledo (1940- 2019) nunca dejó de aclarar que su infancia y juventud ocurrieron en una especie de exilio. Francisco Benjamin López Toledo venía de una familia Juchiteca que por las turbulencias del pueblo, y la profesión de comerciante de su padre, había migrado a Minatitlán, en el golfo veracruzano. De hecho, Toledo había nacido en la Ciudad de México donde su madre estaba solo de paso. Esa distancia fue, sin embargo, uno de los ejes de la vida y la obra del artista en la forma en que su obra entera apunta a la reinvención de una patria imaginada.

Tras juguetear con la cámara fotográfica y aprender a pintar y grabar con Arturo García Bustos y las escuelas del INBA, Toledo viajó a París en 1960 donde sus imágenes de erotismo desbordado, y una inagotable imaginación mitológica con elementos naturales y relatos míticos, le abrieron las puertas a los círculos del surrealismo en declive de la mano de Octavio Paz, el poeta André Pierre de Mandiargues y, completando el cuadrángulo, la poeta y pintora Bona Tibertelli. Aunque muy joven, Toledo encajaba a la perfección con el ansia de un momento cultural que incorporaba velozmente artistas no-europeos a un catálogo creciente de mitologías. Toledo regresó a México en las postrimerías de la década de los 60 para migrar a Juchitán, y recrear una tierra que apenas conocía. La diáspora del movimiento estudiantil lo llevó a conocer a una joven activista, la poeta Elisa Ramírez, con quien en 1972 vendría a fundar la Casa de Cultura de Juchitán, en paralelo al ascenso del movimiento de la COCEI en el Istmo. Esa sería la primera de las muchas instituciones que el pintor fundó y financió con los recursos provenientes de su arte, en un patrón donde Toledo redirigió el prestigio y poder derivado de su fama artística a crear espacios para el disfrute cultural y la invención de una memoria social en Oaxaca. En cualquier caso, el compromiso de Toledo con la izquierda del Istmo coincidió con el modo en que, especialmente tras su retrospectiva en el Museo de Arte Moderno en 1980, sus cuadros, ensambles y cerámica pasaron a convertirse en un nuevo referente del arte en México, y el anuncio de una estética informada de las culturas amerindias, lo mismo que de toda clase de tradiciones no europeas.

Su figuración, además, aparecía como una alternativa tanto a...

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