Colaborador Invitado / Eduardo Andere M.: ¿Cómo educar al cerebro?

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El cerebro es una impresionante "máquina" de aprendizaje. El número total de posibles conexiones es inmenso pero lo realmente misterioso son los incontables y complejos patrones o redes de comunicación.

Sabemos que cuando juntamos las neuronas cognitivas con las emocionales de manera positiva, el conocimiento verdadero se potencia; cuando lo hacemos negativamente, el significado del conocimiento se obstaculiza. Veamos un ejemplo.

Sebastián es un bebé encantador con alrededor de 12 meses de edad. Todavía gateando, de repente ve a cierta distancia un objeto nuevo, raro y en movimiento. Sebastián sabe que algo diferente está ahí pero no sabe qué es. Su curiosidad lo lleva hacia el objeto. Su mamá se da cuenta de lo que sucede y reacciona con vehemencia: "¡Sebastián, no, no toques esa araña!". Sebastián reacciona al grito y susto de su mamá y con el tiempo aprende que ese objeto raro se llama "araña" y es peligroso. Las neuronas de la cognición (conocimiento) se juntaron con las de la emoción (miedo, peligro). Esas neuronas se quedarán pegadas para siempre.

Ahora extrapolemos este simple ejemplo al resto de nuestro aprendizaje. De la misma manera que en este ejemplo se juntaron las neuronas, en todo el resto de la vida con otros sucesos las neuronas harán trabajos análogos. Las neuronas aisladas no saben lo que hacen, pero juntas, forman sentimientos, emociones y pensamientos. Estas redes y patrones que a veces los psicólogos llaman tendencias, traumas o complejos, de alguna manera "secuestran" a nuestra mente y voluntad. La fuerza de esas primeras experiencias diseñará el imperio con el que el cerebro nos controlará en el futuro.

Estas sinapsis y sus redes continuarán durante toda la vida. Y la única forma de superar patrones, traumas u obsesiones es con trabajo profundo cognitivo y emocional.

Con este conocimiento del conocimiento, podemos apuntar algunas acciones concretas para ayudar al crecimiento de niños y jóvenes hasta que alcancen la madurez de la función ejecutiva cerebral, entre los 20 y 25 años de edad.

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