Colaborador Invitado / Mauricio Farah: CNDH y mujeres

AutorColaborador Invitado

Resulta increíble que la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) y las mujeres que demandan justicia y luchan contra la violencia de género parezcan estar frente a frente y no en el mismo lado, trabajando juntas por las causas indudablemente justas de las mujeres.

Ojalá se trate sólo de un malentendido, no de diferencias de fondo ni de voluntades efectivamente encontradas.

La CNDH se constituyó para defender a las personas de los abusos del poder, que pueden concretarse mediante acciones u omisiones de los servidores públicos.

Con algunos altibajos, la Comisión Nacional ha cumplido su papel, pues a lo largo de sus ya más de 30 años de existencia se ha posicionado como un interlocutor responsable de la sociedad frente a los poderes públicos.

Controversial casi por naturaleza, todos los puntos de vista y las opiniones que se tienen respecto a ella pueden ser válidos y expresar en su conjunto cómo se ve a la CNDH a través de su historia y en su presente. Pero me parece que sustancialmente estamos de acuerdo en que se trata de una institución necesaria y útil para nuestra convivencia democrática.

La CNDH le sirve a México y a los mexicanos cuando se ve a sí misma como defensora de la sociedad y no como aliada gubernamental, aunque nadie espera que viva en permanente confrontación con la autoridad. Lo que sí se espera de ella, y debe exigírsele siempre, es que esté cerca y al lado de las víctimas.

Por su parte, las mujeres que a título personal o como integrantes de colectivos han tomado instalaciones de la CNDH tienen razones de enorme peso para fundar sus demandas.

Se trata de víctimas y de familiares de víctimas de crímenes atroces, que por años han luchado por una justicia que se les ha negado y en cuyo camino se les ha revictimizado una y otra vez.

En su mayoría, exigen justicia en casos de feminicidios y violaciones y han padecido rutas similares:

Primero la dolorosa noticia, el duelo, el abismo; luego la denuncia, la espera, la indiferencia de la autoridad, el reclamo, el desaliento, la duda, la insinuación de la reversión (¿no será que la víctima es la culpable?); y luego la indignación, la desesperación, el escepticismo, el cansancio, la derrota, y al día...

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