Colaborador Invitado / Roberto Remes: Caras amables sin eficacia

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Hace unos días fui abordado por un delincuente. Desde que lo vi me dio desconfianza. Simplemente me tomó de la camisa con su mano izquierda, me pidió el celular que llevaba expuesto y me ordenó entrar a un callejón; de inmediato le ofrecí el teléfono, pero me resistí a ser llevado al callejón. Giré hacia la calle y caminé de espaldas mientras con la mano derecha el ladrón movía algo en su pistola para intimidarme.

La escena quedó a la vista de la calle principal en el momento que una patrulla dio la vuelta. El asaltante corrió a un Beetle gris, placas MVK8418, lo abordó del lado opuesto al conductor y huyeron hacia Tlalpan y Churubusco. Pedí apoyo a los policías, quienes detuvieron el vehículo sobre Tlalpan.

Llegué al lugar minutos más tarde. El conductor estaba siendo interrogado, mientras otros policías revisaban el vehículo. Se juntaron al menos cinco patrullas. Me mostraron al detenido: no era el asaltante, sino quien lo ayudó a escapar; nadie supo hacia dónde huyó. Me advirtieron que, al no concretarse el robo, no se podía hacer nada. Desde ese momento recibí insinuaciones para declarar distinto a la verdad, a lo que me negué, tanto en el sitio de la detención, como en la agencia de la Procuraduría General de Justicia, COY-1. "No vas a encerrar a ningún inocente", dijo alguien. No faltó el que culpara al sistema penal acusatorio.

Cada autoridad que veía me decía algo distinto. En algún momento me carearon con el "detenido", en plena calle: ¿es él? Mi respuesta contundente fue "no". En eso me presentaron con alguien del Juzgado Cívico, quien me amenazó con una multa de 2 mil a 5 mil pesos ¡por negarme a declarar! Insistí en mi intención de declarar.

Cuando por fin me tomaron la declaración, "sin detenido", el agente del MP hizo una llamada: "¡no mames...

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