Coldplay

AutorMiguel Esteva Wurts

Hoy es el cumpleaños de mi papá. 84. Para quienes hagan cuentas, nació tres años y medio antes de que Hitler invadiera Polonia y se desatara la Segunda. Se acuerda de encabezados, dice, el día del desembarco en Normandía, la victoria en Europa, las bombas. Nunca le he preguntado, pero supongo que guarda una vaga recolección de haber escuchado los nombres en aquellos años, Stalin, Churchill, Rommel. Platica que mi abuela, en la posguerra inmediata, la hacía de Hansel y Gretel metiendo granos de azúcar dentro de los sobres cuando correspondía con sus amistades en Francia. Asumo les mandaba el azúcar para que no se olvidaran del sabor porque dudo que con los pocos granos que enviaba les hubiera alcanzado para confeccionarse unos M&M's. Imagino la angustia de mi Granma, reflejada en sus dedos mientras cerraba aquellas cartas.

En eso pensaba yo ese primer sábado que fui al súper, hace lo que parece fueron años enteros, cuando se arrancó en serio lo del Covid-19. La tarde anterior habíamos enviado a Miki y a Toño -su amigo de la CDMX quien permaneció refugiado con nosotros una semana mientras definía lo de su visa de estudiante- a conseguir víveres. Pensábamos que exageraban cuando Miki nos habló desde el súper. Ma, le dijo a AnaP, no hay nada de lo que me pediste. La lista con la que lo habíamos enviado no era complicada: limones, papas, jamón, carne molida -aunque sea, le dije, la que viene en paquete de plástico duro tipo el de las pelotas con las que jugábamos cuando no había balones-, queso. Tráiganse lo que encuentren, le terminamos contestando cuando escuchamos la ansiedad en su voz. Se pescaron unos Takis de los que les gustan y que te abren un boquete en el estómago con tanto chile concentrado y un par de cajas enormes de cereal Family Pack de esos que nunca compramos porque siempre se termina quedando el paquete abierto y ni quien se lo acabe.

Típicos hombres, los recriminó AnaP sonriéndoles cuando regresaron, seguro no buscaron bien. Así que al día siguiente, ese sábado a primera hora, nos fuimos ella y yo a la tienda de HEB armados con nuestra propia lista, escépticos en cuanto a lo que no habían encontrado aquel par. Los del súper todavía no estaban organizados como lo están ahora, lo único era que no nos dejaban entrar a todos de a montón. Formen fila nos ordenó una mujer que reconocí como la que antes vigilaba las cajas para lo que se fuera ofreciendo, la que antes preguntaba sonriente ¿en qué te puedo ayudar? y que ahora solo...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR