'Creo que todos tenemos un destino'

AutorAntonio Bertrán

"¡Soy Raúl, Raúl Reyes, de ortopedia! ¡Sácame, cabrón!".

Después del shock que le produjo ver reducido a un "sán- dwich" el edificio de ocho pisos de la Residencia Médica del Hospital General de México, el doctor Vicente González Ruiz, sin pensarlo, empezó a trepar por los escombros. Todavía flotaba en el aire una enorme nube de polvo de cemento y cal levantada por el derrumbe, que se fue despejando conforme el residente de cirugía ascendía para dejarle ver entre el desastre brazos, piernas y un pelícano.

"¡Ese pelícano es el de mi cuarto!", se dijo al reconocer la figura de madera pintada que uno de sus tres compañeros de habitación había traído de Guadalajara. El lugar del objeto decorativo era un pedestal junto a su ventana, en el sexto piso de la residencia, y ahora lo veía moviéndose colgado de un tubo en medio de los deshechos.

Entre los lamentos y quejidos de esa zona, a la que había llegado por casualidad después de recorrer por un tiempo impreciso la "enorme montaña de tierra", el joven de 33 años oyó un grito desesperado.

-¡Sáquenme, cabrones, estoy atrapado!

-¿Quién eres?

-¡Soy Raúl!

-¿Qué Raúl?

-Raúl Reyes, de ortopedia.

-Yo soy Vicente González.

-Sácame, hijo de tu...

Vicente le dio a su compañero unas palabras de esperanza y corrió al estacionamiento a buscar el gato y las herramientas de su carro, en el que esa mañana del 19 de septiembre de 1985 había regresado al Hospital General para su clase de las siete. No pasó la noche en la Residencia Médica porque al terminar la guardia del día anterior en urgencias, se fue a su casa por el rumbo de la Villa para descansar y recoger ropa limpia.

Al llegar al hospital unos 10 minutos antes de la hora de la clase de fisiopatología quirúrgica, vio que el profesor Óscar Dávila enfilaba rumbo al salón en la Unidad 302 de Cirugía General, de la que era jefe.

"Mejor me voy detrás de él, porque si paso primero a dejar mi ropa a la residencia se me va a hacer tarde", pensó el alumno y siguió a su maestro con todo y su maleta.

El doctor Dávila cerraba la puerta a las siete en punto y no dejaba entrar ni salir a nadie, y probablemente Vicente se habría entretenido conversando en la habitación que compartían con Raúl Reyes, quien la víspera de ese día fatídico había regresado de una rotación médica de vacaciones en Aguascalientes, después de seis meses.

A las 7:19 horas que empezó el sismo, el profesor Dávila trató de mantener la calma entre sus ocho residentes. La Unidad 302, que hasta la fecha...

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