Crímenes de altura

AutorAlberto Domingo

En el tumbaburros, la definición de magnicidio es concisa: "Muerte dada a una persona que ocupa el poder".

Sin embargo, de tan escueta resulta imprecisa, porque no determina a qué nivel de poder se refiere, pues no es magnicidio el de un simple secretario de Estado o un diputado o un juez, que a poderes republicanos, aunque diversos, pertenecen. Item más, por extensión (¿arbitraria?) se habla ahora de magnicidio cuando se trata de alguien que no ocupa el poder, sino sólo a ello aspira: Luis Donaldo Colosio, por patente ejemplo, de ningún modo aclarado hasta la fecha.

Por supuesto que, desde que el mundo es mundo, los magnicidios se han producido y no han cesado, en todas la latitudes y en todos los pueblos. La codicia, mucho más que el rencor, manda en los hombres.

Algo, sí, marca, si no a todos, casi a todos los asesinatos de ese tipo; su concepción inicial como atentados "obra de un matador solitario, de un fanático sin más motivos para la comisión del acto proditorio que un odio irracional, un impulso carnicero que jamás el magnicida aclara debidamente". Tal la muerte de Enrique III de Francia a manos del monje sórdido Jacobo Clemente. Tal la muerte de Enrique IV de Francia, el hugonote, de quien se asegura cambió de religión por una corona (frase memorable mediante: "París bien vale una misa"), quien sucumbió bajo la ira de Ravaillac, otro monje endemoniado. Tal la muerte de Abraham Lincoln bajo el pistoletazo del mediocre actor John Wilkes Booth en plena función en el Teatro Ford de Washington. Y tal la muerte del presidente John F. Kennedy a calle abierta en la ciudad de Dallas, también a manos de un asesino "solitario": Lee Harvey Oswald.

Tiempo después (cien años en el caso de Lincoln) vino a saberse, a confirmarse, que en todos los magnicidios hubo un bien armado complot: por conflictos religiosos entreverados con grandes intereses políticos y económicos, en el caso de los monarcas franceses; el odio de los esclavistas sureños exacerbado por la derrota en la guerra de secesión, en el caso del presidente Lincoln; la mafia republicana y sindicalista, en el caso de Kennedy, donde, de añadidura, se suprimió a los posibles testigos y/o implicados, asesinándolos en cadena y comenzando por el propio Oswald.

Ahora bien, no es lo indicado ocuparnos de todos los magnicidios que en el mundo han sido, sino señalar los más destacados en lo que a nuestra propia tierra atañe. ¿Por dónde comenzar entonces?

Creo que en la época precortesiana, ya...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR