Crisis: del riesgo a la oportunidad

AutorRolando Cordera Campos

A partir de la gran crisis de la deuda externa que estalló en 1982, tanto el Estado como grupos poderosos de la sociedad mexicana se han empeñado en trazar una senda de transformación estructural de la economía. En aquel año, como se recordará, se hizo evidente la fragilidad de un aparato productivo cuya reproducción dependía de las ventas externas de petróleo y del endeudamiento externo. Cruzados los años duros del ajuste para pagar la deuda a cualquier costo, con una "política económica del desperdicio" como la llamaran Nathan Warman y Vladimiro Brailovski, el cambio buscado se centró en una apertura comercial unilateral y acelerada, así como en un progresivo proceso de desregulación y privatización de empresas productivas y bancos en consonancia con lo que se llamó el "consenso de Washington". La firma del Tratado de Libre Comercio de Norteamérica fue vista en su momento como la coronación de dicho cambio y la consagración de una ruta que llevaría al país a una expansión y modernización libres del espectro del sobreendeudamiento y la monoexportación, así como del intervencionismo a ultranza.

No todo resultó como se proclamaba: diversificación exportadora ha habido, pero acompañada de su hiperconcentración en el mercado americano y del predominio progresivo de la maquila; reducción del papel del Estado hubo, al que además se pretendió controlar con la autonomía del Banco de México y una Ley de Presupuesto y Responsabilidad Hacendaria que ahora, frente a la crisis, se presentan más como obstáculos institucionales a una política en verdad anticíclica, que como mecanismos efectivos de conducción económica. Además, la caída en la inversión pública no fue subsanada por la inversión privada y se registran grandes fallas en infraestructura y capacidad reguladora que le restan a la economía productividad y disposición competitiva con el exterior. El Estado no es esbelto como se presumía, sino débil en sus finanzas y acosado por reclamos redistributivos de todo calibre, en especial provenientes de un federalismo salvaje que ha convertido la descentralización en un espectro de dilapidación. Privatización tuvimos, pero la banca, la joya de la corona del cambio institucional globalizador, se nutre de la deuda pública, del crédito al consumo, y de las altas comisiones y tasas de interés que son hoy fuente eficiente de nuevos desequilibrios, a los que se suma la exposición excesiva de la gran empresa privada al crédito externo.

La pobreza se redujo a...

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