Cruza negligencia sus destinos

AutorRafael Cabrera

Cuando llegó al hospital Rubén Leñero, a finales de febrero pasado, Jazmín Pastor Sánchez tenía los días contados.

Había cumplido ya los 24, y los años de dormir en la calle e inhalar drogas le pasaron factura.

El diagnóstico de los médicos fue severo: tenía tuberculosis miliar.

Estuvo varios días internada, pero el 9 de marzo pidió su alta voluntaria. Los médicos le aconsejaron no dejar el hospital, y no tuvieron éxito.

"La paciente actualmente se encuentra irritable, no es cooperadora, renuente al tratamiento. No obedece las indicaciones del personal de enfermería", dice el parte médico.

La joven salió con las cajas de Complejo B, Rifater y Estambutol que le prescribieron. Le quedaban siete días de vida.

El lunes 16 de marzo, su banda de amigos amaneció como cada día en la esquina de Artículo 123 y Humboldt, en el Centro, cerca del Metro Juárez, todos menos Jazmín. Su vida se fue en algún minuto de la madrugada, mientras sus compañeros dormían o inhalaban alguna "mona" para aguantar el frío.

"Los chavos llamaron a Karla Becerra, una educadora de nuestro grupo, para decirle que Jazmín no despertó", cuenta Martín Pérez, director de la asociación civil El Caracol, que apoya a chicos en situación de calle.

En la Agencia 6 del MP, en la calle Victoria, las trabajadoras sociales enfrentaron la negativa de la Ministerio Público Frida Espinoza de la Selva para entregarles a Jazmín.

"Supimos que murió por peritonitis y otras complicaciones y presentamos sus documentos para mostrar que la conocíamos y era legítimo nuestro interés de sepultarla, pero (Espinoza) se opuso.

"Nos dijo que era mejor darla a una escuela de medicina para que al menos su vida sirviera de algo. Eso es discriminación", dice Pérez.

Jazmín fue llevada ese mismo día al Servicio Médico Forense (Semefo). Su destino vagabundo aún no llegaba a su fin.

La otra muerte trágica

Los primeros días de marzo, Irma García Olarte halló en el periódico un anuncio de empleo atractivo. Tenía 18 años y volvió a Atizapán de Zaragoza tras dos años de vivir en Huautla de Jiménez, Oaxaca, donde no quiso seguir la preparatoria.

"Estudió hasta tercer semestre y quería trabajar. Un tiempo ayudó en casas, pero se cansó. Revisó los periódicos y encontró un trabajo de ventas. Le dijimos que eran engaños, pero fue a unos cursos al piso 22 de la Torre Latino", cuenta Adriana, su hermana.

El empleo consistía en vender 10 perfumes en 400 pesos cada uno; después Irma sería contratada.

Su familia nunca le...

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