Cuba: cambiar o morir

AutorDaniel Lozano

Fotografía: Claudio Fuentes Madan

LA HABANA.- Cuba se enfrenta hoy a su hora de la verdad, "antes que anochezca".

El título de la desgarradora biografía de Reinaldo Arenas ilustra los tiempos que corren en la isla mayor de las Antillas: 56 años después del triunfo de la Revolución, toca cambiar o morir.

Los "cambios estructurales y de concepto", anunciados por Raúl Castro tras heredar el poder de su hermano Fidel, sitúan a la Isla frente a su propio espejo.

Y lo que se ve en el laberinto nacional son dos Cubas de contrastes extraordinarios, pero que comparten las mismas calles, agrietadas por el paso del tiempo.

Por un lado, la nueva Cuba, pujante, dispuesta a aprovechar la "actualización" del sistema socialista de la mano de Raúl, el más atrevido de los hermanos.

Y, por otro, la vieja Cuba, la de la libreta de racionamiento, los eternos coches americanos y las consignas revolucionarias que gritan distorsionadas en las paredes desconchadas.

Y, entre una y otra, las reformas, donde algunos encuentran similitudes con la China de los 80: los cubanos ya pueden comprar celulares y autos, aunque sus precios son casi inalcanzables; se pueden hospedar en hoteles, cuyas habitaciones sólo son para los más privilegiados; se han repartido tierras que no producían (más del 80 por ciento) entre agricultores aplastados por la burocracia comunista. Incluso, ahora pueden vender sus apartamentos, cuando antes, como mucho, conseguían una permuta.

Las mismas sombras de casi siempre y algunas luces que comienzan a aparecer, encendidas por la esperanza de 11 millones de personas. El histórico deshielo entre Estados Unidos y el Gobierno de Raúl ha llevado hasta sus calles un optimismo exacerbado que casi todos comparten.

Hay excepciones, por supuesto.

"Los cubanos tenemos una cosa, no sé si es buena o mala: nos reímos de todo, incluso de nuestra vida desgraciada". Luis Fernández ha cumplido 88 años, la misma edad del enigmático Fidel. Y cada una de sus palabras desborda dignidad.

"Esto está imposible, pero ahora la gente piensa que en unos días estaremos mascando chicle y fumando Camel", reflexiona el anciano de camino a la bodega, a donde acude armado de su libreta de racionamiento.

Con el estómago vacío y los bolsillos llenos de hastío, Luis es uno de los miles de cubanos que sobrevive con la vieja cartilla y su anoréxica oferta: arroz, picadillo de soya, un líquido que aseguran es aceite, algo de pollo...

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"Siento que hemos salido de una pesadilla"...

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