'Por su cuello sólo pasaba mi navaja'

AutorJorge Ricardo

El peluquero Pietro Morittu Piga miró hacia la puerta y, de la impresión, sus tijeras Kokoro se quedaron cortando el aire: a su barbería había entrado Gabriel García Márquez.

"Vengo a cortarme el pelo", dijo. "Con mucho gusto, maestro, encantado, claro que sí, permítame un segundito". Y terminó con la persona que atendía en ese momento, mientras el escritor se ponía a revisar el diario.

Era la una de la tarde de un día entre semana. "Lo reconocí luego luego", dice 25 años después con voz de médico. "Y por supuesto, me emocioné, no cualquiera va a atender a un Premio Nobel, a cortarle el cabello y a meterle la navaja en el cuello".

Morittu, nacido en Florencia en 1950, que comenzó de "chícharo" de peluquero a los 10 años y se instaló en México en 1978, ya conocía al escritor. Era 1988. Seis años atrás García Márquez había ganado el Nobel.

Mercedes Barcha había entrado un día a la tienda de antigüedades de la esposa de Morittu. "Usted es la esposa de Gabriel García Márquez", le dijo, y le dio la tarjeta del negocio de su marido: Barbería Da Pietro, Local 212, Plaza Inn, fundada en 1984.

¿Habrá visto el escritor algo maravilloso en el barbero con el nombre de Pietro Crespi, que en Cien años de soledad se suicida por el rechazo de Amaranta? ¿Le habrá gustado esa barbería clásica con acabados de madera y un caramelo rojo y azul girando afuera?

El hecho es que por 25 años Morittu se acostumbró a oír mes a mes la voz del autor: "Pietro, ya vine", cuando entraba. "Pietro, haz lo que tú veas que me queda bien", cuando se ponía la bata. Y "Grazie tante", cuando se iba.

"Le gustaba un corte fresco, el cabello un poquito largo y despeinado, acomodado con las manos. Eso sí, el bigote muy bien hecho, que se viera más bien espeso, pero rebajado, sin volumen", dice Morittu.

A los 23 años García Márquez pensaba que todo hombre civilizado tenía un compromiso con el barbero. "Muchas veces la suerte de una república depende más de un solo barbero que de todos sus mandatarios", escribió en 1950.

En Cien años de soledad, el Coronel Aureliano Buendía, refugiado en el taller de Melquiades, haciendo pescaditos de oro, sólo recibía la visita del peluquero. "Hoy no -le dijo- nos vemos el viernes", y murió mirando el circo con una barba de tres días.

"Yo creo que la barbería le recordaba a su tiempo", dice Morittu, hombre elegante de casi dos metros y facha de profesor o médico. "A veces hablábamos: si ya había leído yo tal libro o este otro, pero nada más un ratito...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR