Dan adiós a Henestrosa

AutorOscar Cid de León

Andrés Henestrosa (Ixhuatán, 1906- Ciudad de México, 2008) le tenía miedo a la muerte, por eso, cuando ayer recibió un homenaje de cuerpo presente en el Palacio de Bellas Artes, luego de haber fallecido la tarde del jueves a los 101 años, su estirpe y amigos prefirieron celebrarle su partida y no sufrirla.

"Él siempre decía que la muerte era algo inevitable, pero siempre se escondió de ella", refirió Cibeles, hija única del autor de Los hombres que dispersó la danza. "Cuando moría algún amigo, por ejemplo, él se encerraba y atrancaba las puertas, para que la muerte no lo viera".

El miedo por la eminente partida fue aminorado por la creación de este escritor y poeta oaxaqueño a través de sones istmeños a los cuales les puso letra, sobre todo La Martiniana, escrita precisamente para hacerse escuchar el día de su partida:

"Niña, cuando yo muera, no llores sobre mi tumba, canta sones alegres, mamá, cántame La Sandunga".

Y esa niña es Cibeles, y aunque no obedeció a su padre y lloró, supo guardar fuerzas cuando esta letra se hizo escuchar en el vestíbulo de Bellas Artes en voz de la también oaxaqueña Susana Harp.

Al sitio, que fue tomado por los sones istmeños, las cámaras de televisión y el aplauso de medio millar de personas, también acudieron el Presidente Felipe Calderón y su esposa.

La pareja presidencial y Cibeles, acompañados de Josefina Vázquez Mota, titular de la SEP; Sergio Vela, del Conaculta; María Teresa Franco, del INBA, y Andrés Webster, nieto del escritor y actual secretario de cultura de Oaxaca, fueron los primeros en montar guardia junto al féretro, mientras Harp entonaba sones como La última palabra.

Webster, por su parte, dijo que la muerte siempre fue un prejuicio para su abuelo, y siempre se resistió a ella. "Pero yo creo que más que a la muerte física, lo que a él le preocupaba era morir en la intrascendencia, y luchar contra eso fue lo que lo mantuvo siempre trabajando".

La siguiente escolta correspondió a las nietas Edén y Cérida, sumándose a ellas Ulises Ruiz, gobernador de Oaxaca, y el poeta Alí Chumacero, quien fue un gran compañero del autor que murió víctima de una neumonía que se complicó desde diciembre. "Con su muerte", señaló Chumacero, "se pierde no sólo un gran escritor, sino un gran espíritu.

"Él era, por encima de su pluma, un hombre capaz de decir siempre 'aquí estoy'. Vivo, valiente, severo consigo mismo, supo vivir y supo hacer de sí mismo lo que siempre fue: El gran hombre que todos quisimos".

Al final...

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