'Ellos crean la delincuencia organizada'

AutorJésica Zermeño

Fernando Ernesto Villegas Álvarez cumple hoy 283 días en prisión preventiva; 205 en el penal federal de Xalapa, Veracruz.

El ingeniero en sistemas computacionales, pasante del Instituto Politécnico Nacional, fue detenido por policías federales el pasado 29 de julio en una casa de Acapulco, al parecer propiedad de Édgar Valdés, La Barbie; fue llevado al puerto guerrerense a trabajar sin saber que terminaría instalando sistemas a narcotraficantes del grupo de los Beltrán Leyva.

Según publicó Enfoque el pasado 6 de febrero, los elementos policiacos que lo detuvieron le hicieron tocar una granada de fragmentación con los ojos cerrados para imputarlo.

Villegas cumplió 25 años el pasado 8 de abril, ya perdió varios kilos y está desesperado, aseguran sus padres.

El proceso judicial, como casi cualquier otro, va lento. Fernando llegó al penal el pasado 15 de octubre. Cinco días después, el 20, se abstuvo de hacer su declaración preparatoria ante las inconsistencias de las declaraciones de los agentes de la Policía Federal que lo detuvieron y pidió un careo con los federales con el apoyo de un polígrafo. Los policías, en ese entonces comisionados en Guerrero, fueron citados a finales de octubre. No asistieron, argumentando falta de recursos económicos para trasladarse a Veracruz. Fueron citados en marzo; tampoco llegaron. Han sido citados en junio, otra vez.

"Esperemos que ahora sí vengan. Del careo que tengan con mi hijo dependerá cómo le vaya a Fernando. Por sus ausencias el proceso de Fer está casi parado", asegura su madre, Ángeles.

Ella y su esposo tienen conocimiento de que uno de los cuatro policías involucrados en el caso de su hijo ya ni siquiera trabaja en la Policía Federal, y eso les preocupa.

La vida en prisión

Desde que detuvieron a Fernando, a sus padres la vida se les ha ido en un ir y venir a Perote y a Acapulco. Ya hasta perdieron la cuenta de cuánto han gastado. Cada 15 días, durante el día de visita, la familia se reúne en el penal. Los padres ven al hijo demacrado, desesperado. Gracias a esas cortas reuniones se han ido enterando de detalles de su vida en reclusión: que festejó el Año Nuevo con una Coca Cola de un litro que le dieron para cenar y que terminó tomándose a sorbitos durante tres días; que siguen siendo seis en la celda; que sólo él y otro de sus compañeros compran garrafones de agua, pues los demás no tienen dinero, y tienen que compartirla.

A Fernando también le ha dado por escribir. Diez cartas de él redactadas...

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