Denise Dresser / Yo, feminista

AutorDenise Dresser

No voy a escribir la columna más crítica este día. No voy a reflexionar sobre la pusilanimidad del INE o sobre la candidatura cuestionable de Medina Mora a la SCJN o sobre las tómbolas absurdas de Morena o sobre las marrullerías del Partido Verde o sobre la devaluación del peso. Hoy voy a escribir sobre cuánto extraño a mi hija Julia. La del pelo tan exuberante como su personalidad. La que puede ser tan dulce como una mordida de mango y tan picante como cuando lo comes enchilado. Extraño su olor, su sonrisa, su manera de decirme "Mamá", la manera combativa con la cual argumenta conmigo sobre la libertad de expresión y el caso de Charlie Hebdo. Extraño cómo nos acurrucamos para ver juntas el episodio más reciente de The Good Wife. La extraño tanto que a veces el simple acto de respirar, hacia adentro y hacia afuera, duele.

Mientras yo escribo este texto, ella está en Turquía, caminando por la Mezquita Azul, explorando el Hagia Sophia, discutiendo las vicisitudes del Islam con un académico que conoció, tomando fotografías que me envía. Después regresará a terminar la preparatoria en el United World College, en Gales. Y en septiembre irá a estudiar a Yale donde la acaban de aceptar. Comparto el orgullo que siento por ella, pero también por mí misma. Porque el día que nació, cuando no podía dejar de contemplarla, de preguntar cómo yo -junto con su padre- habíamos hecho algo tan perfecto, le hice una promesa. Le prometí que aunque tuviera que vender tacos en las esquinas o escribir millones de columnas o pronunciar conferencias en cada lugar recóndito de la República, le daría la mejor educación del mundo.

Porque esa era la manera más importante que yo conocía y conozco de ser feminista. Educar a las mujeres para la ambición, para la curiosidad, para la aventura, para ampliar el arco moral del universo, para colocar un cerillo en el corazón de su país y de su mundo. Reivindicar así, en estos tiempos en los cuales declararse "feminista" es controversial, lo importante de serlo y asumirlo. No como nos pintan, no como fanáticas de tiempos disruptivos. Sino desde un lugar de preocupación tranquila y propositiva sobre lo que pasa con las mujeres en México y en el resto del planeta. Y si ése es el propósito, entonces, ¿por qué el feminismo es tan antitético para mujeres que han sido beneficiarias de sus victorias? Gran parte de la respuesta se haya en la radicalización. Como escribe...

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