De Memoria/ Desayuno a la mexicana

AutorSealtiel Alatriste

17 de febrero del 2001: El jurado del Festival cinematográfico de Berlín otorga el primer premio a la película mexicana Crónica de un desayuno, dirigida por Benjamín Cann, y actuada por María Rojo y Bruno Bichir en los roles estelares.

Conocí a Benjamín Cann y a Bruno Bichir una mañana de la primavera que inauguraba el siglo. Comprando UN boleto en la taquilla de un minicine, apenas rodeado por un puñado de espectadores tan desmañanados como yo, recordé mis viejas andanzas en las matinés de la Colonia Roma, cuando, cual vampiro tránsfuga, me metía a un cine a las 9 de la mañana, y no salía sino a eso de las 2 de la tarde. Tenía siglos de no ver una película tan temprano y me entusiasmaba su título: Crónica de un desayuno. Saludé a Bruno y a Benjamín en la taquilla con las precauciones del caso (iba a ver su película y tendría que decirles, al final, mi parecer). Me acordé que María (María Rojo, María de mi Corazón) me había contado que la película contenía una de las secuencias que más la habían entusiasmado en su carrera cinematográfica. "Ve a verla", me había sugerido -u ordenado- pocos días antes, "porque canto como si fuera María Victoria", y se lanzó, sin pudor alguno, con los primeros versos de la gustada melodía: "Un poco más y a lo mejor nos comprendemos luego. Un poco más que...". No puedo negar que aquel primer anticipo me había mal influido y esperaba ver una película que oscilaría entre la comedia y el melodrama de costumbres.

En realidad, aquella era una suerte de función avant premiere (que es en lo que se ha convertido la reseña cinematográfica), y no estábamos en el cine más de 30 parejas. Para mi desconcierto, la cinta de Cann sí trataba de costumbres, pero se adentraba en las zonas más recónditas del alma atormentada de los mexicanos que apenas tienen medios para subsistir, esa franja de la clase media baja que, sin morirse de hambre, agoniza de inanición espiritual.

Crónica de un desayuno es una película despiadada que narra la imposibilidad de concretar un ideal. La secuencia inicial es un prodigio que hubiera envidiado el mejor Buñuel: una mujer, que en realidad es un travesti (no se sabe, pero se adivina que es hombre), visita a su novio, se deja seducir con remilgos al por mayor, hasta que el macho se percata de que ha sido objeto de un engaño, y sin más, le corta el pene al seductor de a poquinchis. Lo que sigue es apenas una glosa de esa fatua búsqueda de felicidad que implica un coito desbarajustado. Una familia...

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