Una desertora del infierno

AutorLuis Carrillo

Enviado

SEÚL.- Apenas 30 minutos antes de la entrevista es posible saber lo mínimo indispensable: el desertor norcoreano que ha accedido a hablar por primera vez de su vida antes de 1998 es una mujer. Lo demás no se revela. Poco antes de la hora del almuerzo, hay respeto a la privacidad y al anonimato. Todo en favor de la seguridad personal, por encima de una consideración amistosa o una mera cortesía del país que le ha dado refugio, protección y hasta un programa de rehabilitación en el Hanawon Center, institución surcoreana creada en 1999 para ayudar a la adaptación de quienes escaparon de Corea del Norte en busca no de una vida nueva, sino de lo que ellos llaman simplemente "vida".

Lejos del bullicio de la zona de oficinas, del centro financiero y de los rascacielos modernos en cuyas paredes se puede ver el avance tecnológico de esta ciudad, hay otro Seúl, definido por un conjunto de edificios multifamiliares altos, viejos y cuarteados, donde sólo se escucha el ensordecedor sonido de las cigarras en los árboles. "Suenan así de fuerte sólo en verano", explica el intérprete que traducirá la charla.

A 28 grados C y con una humedad del 91 por ciento apenas a las 11:00 horas, hay que ir al piso 13, donde ya aguarda la mujer que logró escapar de Corea del Norte hace 16 años. Desde entonces, no había querido hablar. La puerta está abierta, hay que dejar afuera los zapatos y asegurarle, de nuevo, que su identidad no será revelada. El temor a represalias es grande. No se ha maquillado, sólo se ha pintado un poco los labios y luce algunas uñas multicolor, como últimamente se estila en Occidente.

"Yo me fugué a los 27 años y lo hice porque estaba a punto de morir de hambre", dice la asiática de 43 años de edad, quien ha decidido charlar sentada sobre un pequeño tapete de bambú, con tres tazas de té de manzanilla y un ventilador rosa encendido. Usa este pequeño espacio como recibidor, teniendo un televisor y un par de cuadros impresionistas como únicos testigos. No cuenta con sala ni comedor en este apartamento de 75 metros cuadrados.

"Somos cinco hermanos en mi familia y, antes de escapar del norte, deduje que ellos vivirían mejor con una boca menos qué alimentar. Decidí salir de allá con dos hermanos menores sin pensar si sobreviviríamos o no. La situación, como la de muchos, era extrema: morir allá o morir en el camino", comenta.

El escape no tuvo saldo blanco, ya que uno de sus hermanos fue capturado, mientras que ella y su hermana lograron...

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